La Justicia Federal no le hizo lugar a medida del Intendente de La Rioja cont...
Insurrección Wakata
1. Queridos amigos:
En Katanga existe un movimiento insurreccional que aparece de vez en cuando y teóricamente al menos,
tratan de separar Katanga del resto del país. En general, está compuesto por jóvenes mal armados puesto que
aparte de sus machetes o cuchillos no tendrán más de un par de fusiles por grupo de unos 15 ó 20 miembros,
pero lo suficiente para aterrorizar a la población por la que pasan ya que son extremadamente salvajes. Se
llaman los Wakata Katanga.
Normalmente, quien les apoya y les da órdenes para
actuar e incluso les suministra el armamento, son las
autoridades locales que de vez en cuando se hacen respetar
amenazando a los del Gobierno para que no se vean privados
de sus poderes y les mantengan en sus puestos.
En general, están en silencio en espera de que “los
superiores” les ordenen el actuar para hacer acto de presencia
y entonces, el grupo y el alcohol les da valentía suficiente
para presentarse cantando por los pueblos, blandiendo sus
armas, disparando al aire o matando alguno durante su paso.
Llevan una especie de pañuelos rojos en la frente, muchas
veces a pecho descubierto, y parecen no temer ni a Dios ni al
diablo, pero si se encuentran con un grupo de militares armados de sus fusiles, que les hagan frente,
normalmente prefieren esconderse, correr y desaparecer para despistar la puntería de quienes hacen fuego
contra ellos.
Un día, de eso hará como tres años, un grupo numeroso de este movimiento, entró en Lubumbashi
cantando sus slogans, alardeando de su bravura, mostrando sus machetes, gesticulando como si fueran a cortar
el pescuezo de quienes se encontraban con ellos en la calle. Lubumbashi se vació en un momento. Todos
temían que los enfrentamientos con el ejército iban a comenzar de un momento a otro, había llegado lo peor
y fueron corriendo a sacar a sus hijos de las escuelas y esconderlos en sus casas.
Lo curioso del caso es que llegaron hasta el centro de la ciudad sin encontrar resistencia alguna, pero las
autoridades, alertadas por lo que estaba pasando y viendo el pánico de la gente, sacaron a la calle todo su
material militar, incluso carros de combate y los acorralaron sin disparar un solo tiro. Detuvieron como a unas
treinta personas, sin tener demasiado en cuenta si todas ellas eran miembros del grupo guerrillero. Había
también entre ellos transeúntes pacíficos que iban hacia su lugar de trabajo u otros que pensaban hacer algunas
compras y fueron sorprendidos por los manifestantes.
2. Encerraron en la cárcel como a unas treinta
personas y los demás pudieron volver tranquilamente
a sus hogares. La insurrección se había terminado pero
la gente no estaba tranquila porque lo que había
ocurrido entonces, ya que eso mostraba que podría
producirse en cualquier otro momento, pero de forma
más violenta.
Y fueron pasando los días, las semanas y los
meses, sin que nadie se acordara de los que estaban en
la cárcel, ni que se les juzgara, y el nuevo Presidente
quiso mostrar su benevolencia liberándolos a todos y
se prepararon unas listas para programar su salida.
Pero en la cárcel hay varios miles de detenidos y algunos se enteraron de su próxima puesta en libertad e
hicieron correr la información entre todos ellos.
Hubo cuatro de ellos que habiéndose enterado de la noticia, avisaron a sus familias y recogieron una
cantidad de dinero para entrevistarse con el director y ofrecerle lo que habían conseguido, con el fin de que
en lugar de cuatro de la lista de los que iban a ser liberados, se pusieran los nombres de sus parientes y pudieran
éstos salir a la calle.
En el ambiente de corrupción generalizada que estamos viviendo, el director no tuvo inconveniente alguno y
no quiso desaprovechar la ocasión que se le presentaba.
Modificó las listas y salieron los cuatro detenidos que todavía
deberían estar a la sombra, pero los que de verdad debían ser
liberados siguen aún en la cárcel y a cada poco les prometen la
liberad, pero esta nunca llega. Primero, les dijeron que serían
liberados por Navidad, pero eso no ocurrió. Luego les prometieron
que sería para Año Nuevo, pero tampoco ocurrió. Luego les han
prometido que será durante la primavera, pero a pesar de todas las
denuncias de estos hechos, los detenidos siguen en prisión sin saber
cuándo alcanzarán la libertad. A veces las denuncias producen
efecto, pero otras muchas veces, la sociedad está tan corrompida
que todos se mueven en la medida en la que reciben algunas
“ayudas” para que hagan inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro.
Los “rebeldes” viven en nuestros barrios y no necesitan uniformes para desfilar por la ciudad cantando
sus himnos y haciendo toda clase de aspavientos y amenazas con sus “armas”. Se creen los intocables, los
invencibles, porque pueden obrar a su antojo sin que nadie se
interponga a sus bravuconadas y se sienten poderosos porque
ven que todo el mundo corre a esconderse cuando aparecen por
las calles con los ojos fuera de sus órbitas por la acción de las
drogas, descalzos, gritando desaforadamente eslóganes, que
han aprendido de memoria pero que desconocen su significado.
Este año han actuado dos veces, en marzo y en
septiembre, pero esta última vez, su actuación ha sido mucho
más grave puesto que han venido secundados por mujeres y
niños, y cuando sacan al ejército a la calle para hacerles frente y les dan orden de disparar, lo hacen a
conciencia, sin disparar al aire para asustarles o herirles en las piernas. Van a matar, y se dice que esta última
vez ha habido una veintena de muertos, eso según la información oficial, porque la gente habla de muchos
más.
3. Ahora son ellos los que tienen que correr y esconderse donde puedan para que los militares no les
apresen. A pesar de todo siempre hay 30 ó 40 detenidos que irán a la cárcel y allí se irán pudriendo porque
nadie se acordará de ellos. Además, el Gobierno no tiene costumbre de alimentar a los presos y sus farmacias
están casi vacías. Esa es la razón por la que mueren muchos de los detenidos, sin que nadie pueda derramar
una lágrima por sus muertos porque los hacen desaparecer antes de que lleguen sus familiares.
******** A unos 6 Km. de la parroquia hay un pequeño poblado, habitado por una de las tribus más
atrasadas del país. Un río nos separa de ellos y viven de la agricultura, sin luz eléctrica y muchas de las casas
tampoco disponen de un WC en el que se pudieran retirarse
de vez en cuando en caso de sentir algunos retortijones o
haberse tomado algunas calabazas de más para saciar la sed.
Las calabazas son como los recipientes en los que
conservan los líquidos.
Son gente apática, incapaces del menor esfuerzo, pero
incansables pedigüeños para obtener que los demás
solucionen sus problemas porque ellos se sienten siempre
incapaces. En ella hay una pequeña comunidad cristiana y
los domingos se reúnen para celebrar la Eucaristía.
Entre los escasos asistentes, uno de ellos hace como
de catequista y se encarga de presidir las celebraciones, se ocupa de los niños de la catequesis, y da algunos
consejos a los asistentes, aunque nadie le haga caso. El catequista vive como todos los demás, en una choza
de paja y barro, trabaja los campos, y con lo que saca de su cosecha vive sin grandes lujos, pero al menos
comiendo todos los días.
Pero enfermó su mujer. La llevaron a los
dispensarios de los poblados vecinos, pero a pesar de sus
esfuerzos decidió pasar a mejor vida y no hubo forma de
reanimarla. Falleció en un dispensario que está como a
unos 8 Km de su casa. En ese lugar no hay carretera y para
llevarla de vuelta a su casa la enrollaron en una estera y
atada en la parrilla de una bicicleta, fueron empujándola
por los senderos de la selva hasta llegar al lugar en el que
vivían. Allí la desenrollaron, la colocaron sobre una estera
y comenzaron las ceremonias del duelo.
Parece que las noticias las lleva el viento, porque al
poco rato, gran parte del poblado se encontraba en la casa
del catequista para despedir como se debe a la difunta. No
se la puede enterrar directamente sin antes realizar una serie de ceremonias con las que se honra a quien se ha
ido, se arreglan los problemas que hubiere en la familia
y el difunto se marcha con todos los honores recibiendo
el respeto de los vivientes.
Como los dos eran cristianos practicantes,
decidieron que se celebraría una Eucaristía en la parcela
de la casa una vez celebrado el entierro. Yo me había
personado en el duelo y me pidieron que les celebrara la
Eucaristía al día siguiente.
Sacaron una mesa de la casa para que me sirviera
de altar. Era de madera, se movía en todas las
direcciones porque sus patas eran diferentes, pero se
podía celebrar la misa con un poco de cuidado. Habían
colocado la mesa bajo un mango (árbol frutal), de esa
4. forma podría disfrutar de un poco de sombra que me permitiría celebrar la misa sin demasiados agobios a
causa del calor.
Habían fijado una hora para la celebración, pero muchos no usan reloj y se orientan por el sol. La gente
iba llegando poco a poco. La hora estaba fijada a las tres de la tarde, pero en ese momento sólo estábamos
presentes los miembros de la familia y el cura, los demás fueron llegando paulatinamente, sin prisas. Luego
buscaban dónde sentarse y trataban de encontrar unos ladrillos sobre los que sentarse porque la casa carecía
de sillas y la capilla estaba un poco lejos para traer de ella los bancos. Yo creo que serían como las cinco
cuando me dijeron que ya no íbamos a esperar por más tiempo.
Entre los asistentes, llegó uno con mala pinta, sucio, sin afeitarse, despeinado, que encontró un pequeño
bidón y se sentó sobre él. Se había colocado en primera fila, cerca del altar. Me pareció que no era normal, tal
vez un loco, pero nadie le puso mala cara y al poco rato comenzó a hacer comentarios por su cuenta de cuanto
veía.
Le hicieron señas de que se callara, pero él seguía haciendo
comentarios sin importarle la opinión de los demás. Yo había
comenzado la misa, pero le miraba de reojo para protegerme en
caso de un ataque repentino. Pronto me di cuenta que no era el
único que no confiaba en el loco, porque una señora joven, de
hermosa presencia, agarró la silla en la que sentaba y fue a
colocarse junto al loco. Al instante, dos jóvenes hicieron otro tanto,
y ya no sólo por señas, sino de palabra, le rogaron que se callara.
Las recomendaciones no surtieron efecto, más bien
obtuvieron un resultado contrario al esperado y comenzó a hacer
comentarios en voz alta de la gente que estaba presente. En un
momento, los tres que se habían puesto a su lado, se levantaron, le
agarraron uno de un brazo, otro del otro, la mujer de una pierna y
como no había un cuarto acompañante, con un pierna colgando, arrastrándola sobre el sendero, le llevaron a
un matorral un tanto separado donde continuaron sus consideraciones al mismo tiempo que le propinaban una
pequeña “corrección” para que no se le ocurriera en adelante actuar de la misma manera. Y una vez terminada
la corrección volvieron formalmente a participar de la misa que la habían interrumpido para que todos
pudiéramos terminar el encuentro en paz.
Terminé de celebrar la Eucaristía y fui hacia el lugar al que habían abandonado al loco, pero allí no había
nadie, había preferido alejarse de aquel lugar para evitar nuevas “correcciones”.
Un abrazo y como pronto se presentan las Navidades,
os deseo que las disfrutéis sin que el Covid 19 interrumpa
vuestra alegría.
Un abrazo
Xabier