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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
O B R A P O É T I C A , 2
Lic. Rubén Moreira Valdez
Gobernador del Estado de Coahuila de Zaragoza
Lic. Ana Sofía García Camil
Secretaria de Cultura de Coahuila
Lic. Carlos Flores Revuelta
Director de Actividades Artísticas y Culturales
Lic. Miguel Gaona Hernández
Coordinador Editorial
© Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza
© Secretaría de Cultura de Coahuila
Juárez e Hidalgo s/n. Zona Centro
CP 25000. Saltillo, Coahuila de Zaragoza
Correo electrónico: sec.editorial@gmail.com
© Evodio Escalante
© Diana Garza Islas
© Ernesto Lumbreras
Edición: Miguel Gaona
Diseño: Estefanía Nicté Estrada
Impreso y hecho en México
ISBN Obra completa: 978-607-96210-6-3
ISBN Tomo 2: 978-607-96210-7-0
Saltillo, Coahuila de Zaragoza, 2013
Directorio
Para los coahuilenses, el 2013 ha sido un año de importantes conmemo-
raciones: celebramos el centenario de la firma del histórico Plan de Gua-
dalupe; recordamos el 170 aniversario luctuoso del padre del federalismo,
Miguel Ramos Arizpe, y asimismo el sesquicentenario de la Batalla de
Puebla, en la que el general Ignacio Zaragoza cubrió de gloria a la nación y
a nuestro estado. Finalmente, el 6 de diciembre, tras un año de actividades
y festejos de nivel internacional en su memoria, conmemoramos el 140
aniversario luctuoso del poeta Manuel Acuña Narro.
Esta publicación, EN NOMBRE DE ESE LAUREL, reúne su poesía
completa y nos presenta de nuevo al autor y al personaje; es el testimonio
material de la devoción y orgullo con que el Gobierno del Estado se ha
planteado la celebración del saltillense, cuya existencia trágica, breve, le dio
tiempo bastante para confeccionar una obra literaria imprescindible en la
cultura mexicana.
Esta edición no cierra, sino que abre permanentemente el homenaje y
las vías de acceso a la obra de Manuel Acuña, reiterando asimismo el com-
promiso del Gobierno de Coahuila por fortalecer la imagen y la calidad de
vida en nuestro estado a través de la poesía, de capitalizar en beneficio de la
sociedad los valores culturales que nos pertenecen.
El inminente reencuentro de Acuña con los lectores representa en sí
mismo un motivo de festejo, pues no sólo el poeta, sino también los que
entendemos su obra como parte de nuestra identidad, vemos enriquecer con
ello la generosa herencia cultural que recibimos. Sirva como regalo para los
lectores del presente y del futuro la obra poética de Manuel Acuña, orgullo
coahuilense y joya del siglo XIX mexicano.
LIC. RUBÉN MOREIRA VALDEZ
GOBERNADOR CONSTITUCIONAL
DEL ESTADO DE COAHUILA DE ZARAGOZA
La segunda mitad del siglo XIX, imprescindible para entender el devenir
y el pensamiento del México naciente, fue la cuna del poeta coahuilense
Manuel Acuña. En ella vivió de forma apresurada, casi siempre en circuns-
tancias adversas, dejando tras de sí una biografía brevísima, colmada de
palmas, triunfos, laureles, como expresó su amigo Justo Sierra; la promesa
de un porvenir feliz que no llegó a cumplirse para él pero sí para su obra.
Manuel Acuña representa un ideal romántico.Durante mucho tiempo ha
sido,para el público,como la flor que espera entre las páginas de un libro para
desmoronarse en nuestras manos.Sin embargo,hace falta todavía mucho más
para asistir al desmoronamiento de una obra que,bien leída,tiene importantes
asideros en la historia, la cultura y la imaginación de nuestra lengua.
A 140 años de la muerte de Acuña, sus poemas son, todavía, nuestro or-
gullo, y la clave para revalorar su historia, novelada por la imaginación colec-
tiva; para entender el reconocimiento de maestros como Ignacio M. Altami-
rano o Menéndez y Pelayo, y las impresionantes muestras de cariño popular
que recibió a su muerte, en la Ciudad de México, a los 24 años de edad.
A ello han dedicado su inteligencia, su tiempo y su talento los autores
que colaboran en esta nueva edición de la obra poética de Manuel Acuña,
reforjando la espada que se encontraba rota, ya fuera por la sobreexposición
o por el abandono. La defensa, en algunos casos, pero, ante todo, la generosa
relectura que realizan de la poesía del coahuilense, nos regala el encuentro
con un autor imprescindible cuyo instante de gloria no acaba todavía, y al
que el Gobierno del Estado de Coahuila ha brindado un homenaje mayús-
culo llevándolo de nuevo a los reflectores internacionales en este 2013, pero,
ante todo, a las manos de sus lectores para este nuevo siglo.
LIC. ANA SOFÍA GARCÍA CAMIL
SECRETARIA DE CULTURA DE COAHUILA
Contenido
12
92
145
189
268
Manuel Acuña y los abismos del pensamiento
Evodio Escalante
Obra poética, 2
Poemas científicos, cívicos, filosóficos
y humorísticos
El libro de hueso		
Juan de Dios Peza
Ante un poema, un cadáver después		
Nota de Diana Garza Islas
Manuel Acuña: el poeta y el suicida		
Ernesto Lumbreras
EVODIO ESCALANTE
MANUEL ACUÑA
Y LOS ABISMOS
DEL PENSAMIENTO
Sobre el suelo de la tradición, la ola de las generaciones destruye y edifica,
descarta y selecciona, deforma y entroniza. Lo mismo estatuye prestigios
que los borra. Lo mismo encumbra venerables figuras del pasado inme-
diato que las sepulta en el descrédito o en el más pavoroso de los olvidos.
Hay que tener en mente el automatismo de este doble movimiento que
singulariza la actividad, o si se prefiere, el activismo cultural de las gene-
raciones en el momento de abordar una figura singular del romanticismo
mexicano como lo es Manuel Acuña.
12
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Me parece que incluso habría que retroceder un poco y someter a
consideración nuestra visión de conjunto. Es decir: los teneres previos que
se nos han heredado, aquellos en los que hemos crecido y que a menudo
reciclamos sin parpadear. El movimiento romántico es esa visión de con-
junto cuya valoración solicita una nueva mirada crítica. Por razones que
sería demasiado prolijo explorar,pero de cuya eficacia hermenéutica existen
pruebas más que sobradas, el romanticismo mexicano pasa por ser una de
las etapas más discutidas, más endebles y más saturadas de defectos de toda
la historia de la literatura mexicana. Se entiende de inmediato por qué. La
conquista de la independencia política lograda por Iturbide en 1821 lleva-
ba aparejada la exigencia de obtener una segunda independencia de tipo
espiritual cuyas consecuencias habrían de sentirse en el plano de la cultura
y de la creación artística y literaria. Al principal promotor de esta segunda
independencia,Ignacio Manuel Altamirano,se atribuye haber declarado en
una de las sesiones del Liceo Hidalgo que “así como en México había ha-
bido un Hidalgo, el cual en lo político nos hizo independientes de España,
debía haber otro Hidalgo respecto del lenguaje”.1
Lo anterior presupone un
momento auroral. La exigencia de Altamirano implica que una literatura
propiamente nacional todavía no existía, por lo que se hacía necesario pro-
ceder a su constitución.
La génesis o la formación de una literatura nacional precisaba un cam-
bio de actitud, adoptar una nueva posición de valor. En su diagnóstico del
estado de salud de las letras patrias, Altamirano no vacilaba en indicar la
causa del atraso: la propensión a la imitación.La copia servil de los modelos
tanto españoles como franceses nos hacía extraviar el rumbo. Observaba
1  Citado por José Luis Martínez (“México en busca de su expresión”, 1060).
13
L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
al respecto Altamirano: “Éste no es un defecto exclusivo de nuestra actual
generación literaria; es un vicio hereditario, es una manía adquirida en el
colegio, o inspirada por consejeros poco ilustrados o meticulosos” (Obras
completas, XII, 191). Cuando menos en una ocasión, por los términos en
que lo formula, se diría que el diagnóstico de Altamirano se convierte casi
en una invectiva: “Nosotros todavía tenemos mucho apego a esa literatura
hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas es-
pañola y francesa en que hemos aprendido” (37. Énfasis mío).2
No debe perderse de vista, por otro lado, que nuestro siglo XIX es un
periodo de convulsión incesante. No bien habíamos salido de la guerra de
Independencia, se dieron en intrincada sucesión las calamidades de la gue-
rra civil entre liberales y conservadores, la invasión del ejército estadouni-
dense que tomó la Ciudad de México, hizo ondear su bandera en Palacio
Nacional y, a través de ciertos contratos de compraventa, anexionó una par-
te sensible de nuestro territorio; la guerra con Francia, el fugaz imperio de
Maximiliano de Habsburgo,sin dejar de contar los avatares de la República
restaurada.En estas fragorosas condiciones,juzga el lugar común,era difícil
que nuestros escritores se pusieran en serio a hacer literatura.
Divididos entre las exigencias de la política y la supervivencia,envueltos
en una lucha interminable de facciones que los inclinaba de modo inmedia-
2  No sería remoto que esta estentórea declaración de Altamirano haya sido la fuente que
llevó a José Gorostiza a sostener, en semejante plan autocrítico, y utilizando palabras muy
similares, que esta misma compulsión imitativa tendría que ser la causa del estancamiento del
grupo de los Contemporáneos, lo que contribuye a que “[...] todavía en la actualidad, a ciento
veinte años de la independencia política, la inteligencia bizca de México tenga un ojo en la
tradición española y otro en la francesa, y trate de caber un poco idealmente en ellas, en lugar
de esforzarse por ir haciendo, ya que no la hay, una tradición mexicana”. (Véase “Hacia una
literatura mediocre”, Prosa, 154)
14
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
to a la diatriba y el panfleto, a la exaltación de la bandera propia y a la de-
nostación de la del enemigo,mal podían los escritores mexicanos trabajar de
manera fructífera en lo que se supone era lo que tenían que hacer: una litera-
tura de alta calidad estética. Se diría que en el pecado llevaban la penitencia.
Si bien esto obliga a los críticos y estudiosos a elogiar la actitud política de
nuestros románticos, que destacan en tanto formadores de la conciencia na-
cional,como contraparte estiman,de modo general,que sus esfuerzos litera-
rios resultaron erráticos y poco afortunados.Tal opinión canónica, revestida
de un prestigio inercial,la articula Octavio Paz en el ensayo con el que inicia
Las peras del olmo (1957). No me queda más remedio que citarlo en extenso:
El siglo XIX es un periodo de luchas intestinas y de guerras exteriores. La na-
ción sufre dos invasiones extranjeras y una larga guerra civil, que termina con
la victoria del partido liberal. La inteligencia mexicana participa en la política
y en la batalla. Defender el país y, en cierto sentido, hacerlo, inventarlo casi,
es tarea que desvela a Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel
Altamirano y a muchos otros. En ese clima exaltado se inicia la influencia
romántica. Los poetas escriben. Escriben sin cesar, pero sobre todo combaten,
también sin descanso. La admiración que nos producen sus vidas ardientes y
dramáticas –Acuña se suicida a los 24 años, Flores muere ciego y pobre– no
impide que nos demos cuenta de sus debilidades y de sus insuficiencias. Nin-
guno de ellos –con la excepción, quizá, de Flores, que sí tuvo visión poética
aunque careció de originalidad expresiva– tiene conciencia de lo que signifi-
caba realmente el romanticismo. Así, lo prolongan en sus aspectos más su-
perficiales y se entregan a una literatura elocuente y sentimental, falsa en su
sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis. (“Introducción a la poesía
mexicana”, Las peras del olmo, 19-20)
La radicalidad del dictamen de Paz, tal y como consta en las últimas líneas
de la cita, podría deberse no tanto a las virtudes de una exotopía bajtiniana,
15
L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
es decir,a un exceso de conciencia que trabajaría –dada la distancia temporal
transcurrida– en favor riguroso del crítico, sino a que no cuesta demasiado
trabajo llevar hasta sus extremos un lugar común aceptado por todos. Pero
me pregunto, ¿se podría sostener de verdad que ni Ramírez, Altamirano,
Prieto, Acuña, Flores ni Rodríguez Galván tenían “conciencia de lo que
significaba realmente el romanticismo”? ¿No es esto convertirlos en unos
pobres fantasmas carentes de razón y de objeto? Con todos sus altibajos,
como sin duda los tuvieron, no me parece tampoco que podamos calificar-
los sin más como escritores superficiales, cuando menos no a todos ellos, ni
que podamos decir que estaban entregados a “una literatura elocuente y
sentimental,falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis”.
No intentaré rebatir estas afirmaciones. Basta con consignarlas para
dejar testimonio de una actitud extremosa que acaso sería adecuado revisar,
siempre que lo que nos importe sea comprender los impulsos y los alcances
que marcan el horizonte de nuestra, a veces tan calumniada, generación
romántica.
Si la visión de conjunto está sujeta a estas inercias de la crítica, que son
producto cuando menos en parte –aventuro esta hipótesis– de la tajante
reacción de ciertos poetas modernistas, quienes habiéndose iniciado como
románticos tuvieron que renegar de esta estética como parte misma de su
proceso de maduración, según lo indican los casos muy connotados de Ma-
nuel José Othón, y sobre todo, de Salvador Díaz Mirón, quien desconoció
todo lo que había publicado antes de Lascas (1901), no corre con mejor
suerte la figura solitaria de Acuña. Bastaría con decir que incluso quienes
se han tomado el cuidado de redactar su biografía o de recopilar su obra
poética, a la hora de escribir los prólogos pertinentes o de abordar los ve-
16
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
ricuetos de su existencia, no han dejado de señalarle sus defectos emotivos,
sus pretendidas confusiones intelectuales y hasta –por si esto no fuera sufi-
ciente– sus ocasionales y también supuestas fallas de métrica y musicalidad.
Sea el caso de José Rojas Garcidueñas.En su libro Manuel Acuña, poeta
y hombre de su tiempo, el autor sostiene que al “pobre muchacho” de Salti-
llo le tocó formarse en una época caracterizada por una extrema penuria
intelectual, lo cual volvería explicables sus desaciertos y confusiones en el
terreno del pensamiento.Razona de esta manera el autor del libro: “Le tocó
una de las peores épocas del Colegio de San Ildefonso: aquella absoluta de-
cadencia que, afortunadamente, acabó por una reforma total, la que realizó
don Gabino Barreda al crear la preparatoria comtiana”(XXI). El secreto ha
sido revelado. La inconsistencia de la poesía de Acuña, su falta de solidez
ideológica, su nerviosa movilidad que denota ausencia de criterio, se debe-
rían todas ellas a una falla escolar muy propia de la época. Como el Colegio
de San Ildefonso estaba en crisis, sus egresados tenían que ser poco menos
que un fraude. Rojas Garcidueñas se engolosina citando unos recuerdos de
Justo Sierra, condiscípulo del poeta:
Los colegiales cantábamos las canciones de guerra reformistas, urdíamos para
las sabatinas toscos argumentos patrióticos en latín de seminario –¡perdón,
padre Horacio; padre Virgilio, perdón!–, y todo ello andaba mezclado con
jirones viejos de metafísicas escolásticas, aprendidas de coro. (XXII)
La conclusión de Rojas Garcidueñas se antoja impecable: “Sobre esos ma-
los cimientos no era posible edificar nada bueno,y Acuña no tuvo tiempo ni
empeño en mejorarlos”.Llevado por la incuria y por su agnosticismo,“iner-
me para capear los temporales y recias corrientes de una época intelectual
A N T I G U O C O L E G I O D E S A N I L D E F O N S OG A B I N O B A R R E D A
Como primer director de la Escuela Nacio-
nal Preparatoria, antiguo Colegio de San
Ildefonso (del que Acuña fue alumno antes
de ingresar a la Escuela Nacional de Medi-
cina), Gabino Barreda luchó por lograr una
educación liberadora e introdujo la doctrina
positivista que propugnaba Augusto Com-
te, misma que él conoció en París mientras
terminaba sus estudios de Medicina. La in-
fluencia de dicha doctrina puede apreciar-
se en distintas composiciones de Manuel
Acuña, como los poemas dedicados a la
Sociedad Filoiátrica e incluso en “Ante un
cadáver”.
18
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
en violenta transformación, pronto habría de perder el timón y la brújula y
su barco quedó al garete”.
De cualquier forma, uno podría preguntarse, creo que con algo de sen-
satez: ¿si la culpa la tuvo la escuela, por qué Justo Sierra, en lugar de malo-
grarse, fue la lumbrera que fue? ¿No estaremos incurriendo en un grosero
reduccionismo? Por otra parte, ¿no es esto concederle demasiada eficacia a
la institución escolar? Antes y después del Colegio de San Ildefonso,Acuña
era también un producto del ambiente en que vivía. De manera particular,
habría que tomar en cuenta que en ese ambiente ambulaban figuras tre-
mendas como Altamirano, como Guillermo Prieto, y quizá de manera to-
davía más decisiva,como Ignacio Ramírez El Nigromante,quien sorprendía
a propios y extraños con sus rutilantes tesis materialistas sustentadas en la
Academia de Letrán, y de las que todos se hacían voces. Hay indicios muy
claros de que este último personaje lo influyó muchísimo, como lo podría
mostrar uno de sus poemas más celebrados por la crítica,“Ante un cadáver”.
Aunque hay otros textos en los que puede documentarse la adscripción
materialista del autor, como la décima que titula simplemente “Dios”, el
primer texto citado no sólo es una pieza maestra desde el punto de vista
literario, sino una de las formulaciones más convincentes acerca del auto-
telismo y la perennidad de la materia cósmica. Nada impide pensar, más
bien al contrario, que “Ante un cadáver” es la versión poética de la tesis de
inspiración científica que Ramírez defendiera en la Academia y que versaba
toda sobre este escueto principio: No hay Dios; los seres de la naturaleza se
sostienen por sí mismos.3
3  Éste fue, según la reseña de don Hilarión Frías y Soto, que Altamirano recoge, el lema que
defendió Ignacio Ramírez en su discurso de ingreso a la Academia. Véase Obras completas, XIII
(111-112). Ahí mismo el reseñista comenta: Ramírez dedujo “de una serie inflexible de verdades
E S C U E L A N A C I O N A L D E M E D I C I N A
Tras convertirse en Nacional –luego de
haber nacido como Real y Pontificia–,
la Universidad de México unió los Esta-
blecimientos de Ciencias médico y qui-
rúrgico, lo cual dio pie a la creación del
Establecimiento de Ciencias Médicas,
que sería luego Colegio de Medicina,
Escuela de Medicina del Distrito Federal
y, a partir de 1842, Escuela Nacional de
Medicina, instalándose en el antiguo Pa-
lacio de la Inquisición. Ahí habitó, cur-
só sus estudios y murió Manuel Acuña,
siendo prefecto del establecimiento el
Dr. Manuel Domínguez, a quien el poe-
ta le dedica un par de poemas donde
muestra su respeto y amistad. Domín-
guez fue además presidente de la Aca-
demia Nacional de Medicina.
D R . M A N U E L D O M Í N G U E Z
20
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Tampoco pienso que la tesis ad hominem de Rojas Garcidueñas pueda
sostenerse. ¿Acuña, un tipo inerme? ¿Un medroso incapaz, un desprotegido
al que las exigentes musas o bien los vendavales de la época lanzaban de una
orilla a la otra, como si se tratara de un trapo? No parece haber testimonios
de estos supuestos bandazos en su bullente poesía.
De alguna forma, José Luis Martínez se hace eco de las afirmaciones
de Rojas Garcidueñas, aunque hay que reconocer que amplía, en cuando
menos tres planos, el espectro de sus inconformidades. Para empezar, sos-
tiene que Acuña se quedó en mera posibilidad.Al suicidarse cuando apenas
contaba con veinticuatro años, Acuña habría frustrado de manera trágica la
promesa del gran poeta que ya empezaba a anunciarse.Para decirlo con una
metáfora de Hegel: Acuña se habría quedado en la noche de las promesas,
sin pasar al día de los logros. Así lo explica José Luis Martínez en el pró-
logo de su Poesía romántica: el Liceo Hidalgo “dio dos frutos, uno de ellos
reducido a posibilidad, y otro con características de gran poeta: el primero
era Manuel Acuña, y el segundo Manuel María Flores”. Para mala fortuna,
Acuña murió, puntualiza el crítico literario, “cuando su obra iniciaba los
primeros brotes seguros que presagiaban la aparición, tarde o temprano, de
un gran poeta” (XVI).
A esto hay que agregar una valoración general del Romanticismo que
sin duda afecta también a Acuña, el más desesperado y a la vez el más
precoz de sus representantes en nuestro país. Según José Luis Martínez,
el romanticismo mexicano no resiste la comparación con su homólogo es-
experimentales la conclusión, inaudita hasta entonces, de que la materia es indestructible,
y por consiguiente eterna: en este sistema, podía suprimirse, por tanto, un Dios creador y
conservador”. Es muy probable que la tesis de Ramírez se base en los descubrimientos de
Lavoisier, uno de los fundadores de la ciencia moderna.
21
L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
pañol. El nuestro –derivativo, mimético, acaso hasta titubeante– no hace
sino medrar a la sombra de los logros de los poetas peninsulares, a los que
en vano pretende emular. De aquí se deduce un axioma de tipo general: el
mexicano es “un romanticismo frenado; nunca extrema las notas y no añade
por su cuenta ningún tema propio” (XXIV).4
Al igual que Rojas Garcidueñas, Martínez también propone que Acu-
ña era desde el punto de vista ideológico un desorientado, un confuso, un
adolescente que habría perdido la brújula y el timón. Por eso asegura, sin
titubear: “Acuña ha llegado a representar en su obra el tipo ideal del poeta
estudiantil, con su peculiar indigestión científica y filosófica” (“Prólogo”,
Obras: poesía y prosa, XVII).5
Aunque más peyorativo no podía ser Martínez al denunciar una pre-
tendida “indigestión científica y filosófica” que mantendría colapsada la
mente del poeta,ahí mismo agrega,matizando y hasta suavizando un tanto,
la afirmación de que Acuña se habría quedado en una pura posibilidad ca-
rente de resultados: “Tenía evidentemente un vigoroso sentido poético y un
don de versificador, pero su corta vida no le bastó para madurar totalmente
sus concepciones en poesía”.
¿Qué juicio le merece Acuña desde un estricto punto de vista poético?
No le va muy bien que digamos.“Le faltó tiempo”, este es el dictamen de la
época al que José Luis Martínez se acoge sin mayor dilación. Si el crítico se
4  Un romanticismo frenado, quiere decir, detenido, como quien aplasta el pedal del freno en
el automóvil. La terminología mecánica de que hace uso Martínez es ya bastante sintomática.
Pero no sólo se trata de un asunto de frenos, de cautela discursiva para evitar la aceleración;
Martínez va mucho más allá cuando tajante dictamina que “no añade por su cuenta ningún
tema propio”. Lo que quiere decir que le parece repetitivo y a la vez estéril.
5  Me pregunto si en el caso de que Acuña hubiera sido un clerical consumado, apegado a los
dogmas de la jerarquía católica, el crítico mantendría tan tajante opinión.
22
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
conformara con repetir y acaso con dilatar este dictamen, no me parecería
nada del otro mundo. Parto de lo que todos saben. Al suicidarse cuando
contaba apenas con veinticuatro años, Acuña truncó de un golpe aquello
que le reservaba el porvenir. Esto da pie a conjeturas casi infinitas. ¿Qué
hubiese sucedido si Acuña hubiera vivido otros veinte años? ¿Qué obras no
hubieran surgido de su talento indiscutible? ¿Qué textos esmerilados por
la fuerza de la experiencia y el tesón del estilo no hubieran brotado de su
numen? Estas especulaciones, empero, acerca de lo que pudo haber escrito
y no llegó a escribir son completamente ociosas.Por otra parte,la existencia
meteórica de Acuña, lejos de ser la excepción, no hace sino hermanarlo con
algunos de los más conspicuos artistas del periodo. José María Heredia, el
poeta cubano avecindado en México que todos consideran como el primer
promotor del romanticismo en nuestro país, murió cuando tenía treinta y
dos años. Nuestro infortunado Ignacio Rodríguez Galván, murió de fiebre
amarilla en Cuba a los veintiséis. Juan José Díaz Covarrubias, poeta y pa-
sante de medicina, murió fusilado en Tacubaya por los conservadores cuan-
do tenía veintidós. La lista puede continuar.6
Según José Luis Martínez, al poeta Acuña le habría faltado madurar.
Aunque reconoce, en términos muy positivos, la amplia variedad de metros
y de formas estróficas empleadas en sus composiciones, aspecto en el que lo
reconoce superior a la mayoría de sus contemporáneos, también atreve una
severa censura relacionada con el métier, al afirmar que su oído literario no
era muy bueno y que pueden detectarse en algunos de sus versos fallas téc-
nicas relacionadas con la métrica. Cito en extenso el dictamen del crítico:
6  En el texto “México en busca de su expresión”, José Luis Martínez (1037-1038) menciona
otros tantos infortunados que cayeron víctimas de la enfermedad, los asaltos de los bandoleros
o las discordias civiles.
23
L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
Su versificación revela esa misma precocidad que se advierte en sus concep-
ciones poéticas. El repertorio de las formas que empleó es más extenso que
los de la mayoría de sus contemporáneos y, aunque no llegó, por ejemplo, a
dominar las formas estróficas más cerradas, casi nunca le faltó habilidad y
soltura. En sus poemas más ambiciosos usó la silva, los tercetos y los quinte-
tos alejandrinos; y sus demás poemas los compuso en sonetos, serventesios,
décimas, quintillas, coplas de pie quebrado, romances octosílabos, octavillas,
estrofas sáfico-adónicas y estrofas sueltas. Su oído no era muy fino y le hacía in-
currir a menudo en errores en la cuenta silábica. (“Prólogo”, Obras: poesía y prosa
XVII. Énfasis mío)
No se trata, por supuesto, de defender a ultranza las habilidades técnicas de
Acuña. ¿Fallas de oído? Acaso en alguna rara ocasión, sí, ¿por qué no? En el
verso final de uno de sus mejores poemas,“A Laura”, dedicado a su amante,
la también poeta Laura Méndez, los críticos agudos han señalado que hay
una palabra que desdora la música del verso, una palabra que estiman más
propia de la tribuna o del periodismo que de la santa poesía. Me refiero a
la voz “oscurantismo”. Reproduzco la estrofa de referencia para ilustrar al
lector en la prédica exhortativa a que podía entregarse Acuña:
Sí, Laura... que tu espíritu despierte
para cumplir con su misión sublime,
y que hallemos en ti a la mujer fuerte
que del oscurantismo se redime.
(Obras, 62; En nombre…, I, 152)7
¿Acaso el joven poeta debió emplear otra palabra mejor? Pero, ¿la había?
“Oscurantismo”es sin duda una palabra de ideólogos y hasta de panfletistas,
7  Las citas de poemas fueron originalmente tomadas de Obras: poesía y prosa. (Para facilitar el
acceso a ellos hemos añadido la ubicación de dichos poemas en la presente edición. N. del E.)
24
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
pero también era el término que subsumía el credo progresista e ilustrado
del poeta, que lo empujaba en contra de la Iglesia y del fanatismo en todas
sus manifestaciones. No me parece fácil encontrarle un sinónimo capaz de
sustituirlo con ventajas. Paso a otro ejemplo. En uno de sus poemas más
célebres, “La ramera”, y más del gusto del populacho, habría que agregar,
también podría detectarse otra falta en contra del oído. Transcribo el ora-
torio arranque del poema:
Humanidad pigmea,
tú que proclamas la verdad y el Cristo,
mintiendo caridad en cada idea;
tú que, de orgullo el corazón beodo,
por mirar a la altura
te olvidas de que marchas sobre lodo.
(Obras, 19; En nombre…, II, 68)
La expresión que subrayo me suena a un rechinido de trombones...; el mal
gusto es evidente aquí. Con todo, en mínima defensa de Acuña debo recor-
dar dos cosas: primero,que los románticos mexicanos, a diferencia de noso-
tros, no habían educado sus oídos leyendo a las cumbres del simbolismo y
de la poesía pura, llámense Mallarmé,Valéry o Juan Ramón Jiménez, que sí
leyeron, por ejemplo, los poetas de la generación de Contemporáneos, que
son los que marcan una pauta de excelencia para todos nosotros. Segundo,
que la fealdad intrínseca del tema –una humanidad hipócrita, pigmea, que
disgusta moralmente al poeta– invitaba,de algún modo,a este uso chirrian-
te de la expresión. El mal gusto, hasta cierto punto, estaba justificado.
Por lo demás, habiendo muerto tan joven, varios de los poemas que
integran la desigual obra de Acuña no son, hay que reconocerlo, otra cosa
25
L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
que ejercicios de estilo, trabajos de aprendizaje para afinar la pluma. Exis-
te un agravante que hay que reconocer: un sector no despreciable de su
producción literaria intenta moverse dentro de los esquemas de un cos-
tumbrismo extraño a la idea que hoy tenemos de la poesía y que lo obliga
a incorporar, sin anteponer un filtro, palabras vulgares, términos callejeros
carentes de todo prestigio, frases hechas, voces comunes de la conversa-
ción que no tendrían por qué parecernos refinadas. Algunos de estos tex-
tos, para colmo, tienen una obvia contextura irónica. Como el poema “La
vida del campo”, en el que se burla de la tradición pastoril en poesía y da
a entender lo obsoleto que resultan esas prédicas trasnochadas que nos
invitan a renegar de la vida citadina y a que nos regresemos a vivir en el
campo, conviviendo con los rudos pero sanos campesinos y durmiendo en
la proximidad de los cerdos y las vacas, como si esto representara el ideal
de una vida superior, más armónica y perfecta. O como la composición
titulada “Los beodos”, en la que reproduce la insensata discusión entre dos
borrachos en las inmediaciones de una pulquería. Otras composiciones,
mal podía dejar de hacerlo siendo romántico,cantan la vida de un persona-
je de la guerra de Independencia, o bien, adoptan temas cívicos y patriotas,
como la composición “Cinco de mayo”; entronizan la gloria de un liberal
ilustrado como Ocampo, utilizando versos de un explicable didactismo,
como cuando dice:
Ya es tiempo de rasgar el negro abismo
que oculta la verdad a la existencia,
y cambiar por el dios del fanatismo
el dios de la razón y la conciencia
(Obras, 35; En nombre…, II, 96)
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
o bien simplemente constituyen salutaciones en verso a alguna asociación
de médicos,como lo atestigua su texto titulado “A la Sociedad Filoiátrica en
su instalación”, donde por cierto da muestras de una certera visión antiauto-
ritaria que se niega a llamar reyes a quienes no son otra cosa que verdugos.
Entiendo muy bien que los oídos contemporáneos exigen una distinción,
y me atengo a ella: una cosa es ser un versificador, y se puede ser excelente, y
otra muy distinta ser de verdad un poeta. Muchas de las composiciones que
hoy conservamos de Acuña pertenecen sin ninguna duda al primer género.
Hay muchos, quizá demasiados versos “de ocasión”, es cierto. Pero también
es cierto que en unos pocos pero definitivos poemas sigue brillando la fuerza
de su indiscutible talento. ¿Errores en la métrica? ¿Errores en el conteo silá-
bico de los versos, como asegura José Luis Martínez? La acusación es grave,
pero por más que reviso los textos no le encuentro justificación. Me parece
incongruente que el mismo crítico que reconoce la extensa variedad tanto
métrica como estrófica de las composiciones de Acuña, en las que casi no
hay nadie que pueda hacerle competencia, detecte unas supuestas fallas en
lo que es sin duda lo más elemental: el conteo silábico. Hubiera sido muy
oportuno que Martínez pusiera al menos un ejemplo de estos errores,tan de
primaria, que no los comete ni un versificador de pueblo. Como no es así,
no nos queda a los lectores más que hacer conjeturas. O bien desestimar ese
dictamen al que no acompaña ninguna prueba.
De entrada, lo que hay que dejar muy en claro es el carácter inédito
del poeta. Debe recordarse que Acuña no publicó un solo libro en vida. Su
fama de poeta romántico le venía de las veladas bohemias con sus amigos
artistas y de lo que publicaba en los periódicos.Esto quiere decir que Acuña
no pudo cuidar la edición en libro de sus poemas,no tuvo tiempo para ello y
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L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
quizá tampoco interés; lo cual abre el espectro a la corrupción de los textos.
Puedo decirlo con todas sus letras: no contamos con una edición crítica
de la poesía de Acuña, y las que circulan tienen algunas manchas onerosas
que tendrían que atribuirse a obvios descuidos de los linotipistas… o de los
responsables de la edición. Entre ellas, de manera muy destacada, la que
preparó el propio José Luis Martínez que es la que utilizo para redactar
este ensayo. El siguiente ejemplo no me deja mentir. En el poema titulado
“El hombre”, que Acuña dedica a Ignacio Manuel Altamirano, uno de sus
admirados mentores, el cuarto verso presenta una anomalía. Cito el arran-
que del texto para que se capte mejor el infarto métrico que quiero mostrar:
Allá va… como un átomo perdido
que se alza, que se mece,
que luce y que después desvanecido
se pierde entre lo negro y desaparece.
(Obras, 23; En nombre…, II, 75)
El último verso, en lugar de tener once sílabas como exige la métrica de la
estrofa... tiene doce, lo cual da al traste con el ritmo y con la musicalidad.
¿Esto confirma que Acuña, un verdadero ignaro, no sabía calcular las sí-
labas? No, lo que esto quiere decir es que el tipógrafo y el editor estaban
pestañeando cuando pasaron por el verso. Lo puedo decir abusando de la
retórica: el error no es de Acuña sino de José Luis Martínez, que agregó
sin darse cuenta una sílaba de más, o que repitió sin reparar en ello un error
anterior que se pierde en la oscuridad de los tiempos.
Muy simple: en lugar de desaparece, el verso debió decir desparece. Basta
este cambio ligerísimo que elimina una “a” para que la métrica del endeca-
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
sílabo quede restituida y todo vuelva a su lugar. ¿Y cómo sé yo que esta es
la opción correcta? No sólo por sentido común, sino porque unas páginas
atrás el mismo Acuña había redactado este otro endecasílabo que puede
servirnos de modelo: “que hasta la infamia misma desparece” (“A la Socie-
dad Filoiátrica...”, Obras, 5; En nombre…, II, 64).8
No es pues que Acuña, reprobado por Pitágoras, no supiera contar: es
que las ediciones de sus textos exhiben descuidos que sería cruel atribuir a
una falta o un exceso de inspiración. Estos descuidos infestan no sólo sus
poemas, sino incluso su única obra de teatro, El pasado, por la que recibió
unos laureles de reconocimiento, también incluida por José Luis Martínez
en la edición que menciono. Doy un ejemplo de diálogo dislocado, carente
de sindéresis, que pasó inadvertido para el editor: “DAVID: Tú no eres tan
miserable para dejarte vencer por la preocupación. MANUEL: Prescindo
del qué dirán”. Léase con cuidado: no hay enlace entre un parlamento y el
otro.La errata salta a la vista.En lugar de “preocupación”el texto debe decir
“murmuración”, que es la palabra que vuelve a emplearse más tarde en la
8  Otro poema en el que surge a primera vista un aparente problema métrico es el que se
titula “Ocampo”. Este texto rima “fulgores” con “condores”. La última palabra, en un uso
que no estimo arbitrario, y que podría documentarse en otros poetas del siglo XIX, es para
Acuña (cuando menos en este contexto) una palabra grave. Sólo de esta manera puede existir
una rima consonante entre los términos mencionados que constituyen cada uno de ellos
final de verso. El tipógrafo, o bien el editor, o los dos juntos, al dar por buena la acentuación
esdrújula de la palabra, y transcribir “cóndores” en lugar de “condores”, arruinan no sólo la
rima sino también la métrica del endecasílabo. La “Oda” dedicada a la muerte del Dr. José B.
de Villagrán, documenta otro verso corrupto. “Sigue viviendo aún en el ocaso”, tendría que
decir el endecasílabo; los tipógrafos añaden una palabra totalmente ociosa que desarticula la
métrica, por lo que el verso queda así: “Sigue viviendo aún en el mismo ocaso” (Obras, 98;
En nombre…, II, 135). Muy parecido es el caso del verso “ni la pálida nube que importuna”
de la “Oda” que Acuña dedica a la notable poeta cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda; el
descuido del editor rompe el endecasílabo al transcribir “ni la pálida nube que inoportuna”.
Aquí lo único “inoportuno” ha sido el descuido del editor (Obras, 133; En nombre…, II, 203).
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página 318, y la que exige el contexto del diálogo que he citado. Manuel
asegura que él prescinde del qué dirán, esto es, de las murmuraciones de la
gente. Por supuesto que sería una aberración que con base en este obvio
error de tipografía los críticos concluyeran que Acuña desconocía los rudi-
mentos de la sintaxis.
La fama de Acuña se debe al “Nocturno” (a Rosario). En este texto se
traban el impulso amoroso, llevado hasta la exasperación, la nostalgia por el
solar natal, y su conocida obsesión por el suicidio, que no era sólo una pose
literaria,como podría llegar a pensarse,sino el eje ciertamente macabro sobre
el que giraba su atormentada cosmovisión. Pocos poemas tan citados y tan
maltratados como éste, que además ha dado lugar –como una prolongación
a menudo aberrante de su fama– a innumerables imitaciones y parodias. Su
música es pegajosa y su sentido ha sido calificado por muchos como intras-
cendente y banal. Según un crítico destacado “carece estrictamente de au-
téntico temblor lírico; sus versos están desprovistos de belleza formal”(“Pró-
logo”, Poesía romántica, XIII). El suicidio de Acuña, pocos meses después de
conocido el poema, le otorga un aura adicional: con él Acuña se despide a la
vez del amor,de la literatura y de la vida. Hay además un facilismo discursivo
en él que aborrecen los críticos. No es extraño que muchos piensen que se
trata de un texto retórico y superficial, carente de médula pero también de
forma artística. Nada más fácil que tacharlo de cursi y sensiblero. El poeta
y crítico Marco Antonio Campos, en un estudio reciente en el que invita a
una revaloración, ha escrito:
El “Nocturno”, leído a partir del suicidio, ha impedido leer con ojos críticos la
poesía de Acuña y ha dejado una imagen maltrecha de un poeta de corazón
oscuro y de alma rota que por otras vías consiguió lo que en vida le fue negado:
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
que Rosario fuera suya en el infinito vacío de la posteridad.(Manuel Acuña,La
desdicha fue mi Dios, 31)9
Empero, la extraña permanencia del poema en nuestra memoria literaria,
algo ha de significar. Por eso el mismo Marco Antonio Campos se pregunta
(y le pregunta al lector) en seguida:
[…] ¿de veras usted cree que el “Nocturno”, con su sortilegio rítmico, con su
sinceridad desgarrada y con esa continua conciencia pavorosa que crea en el
lector de la próxima precipitación del joven poeta al fondo del abismo, usted
cree, de veras, que el poema es cursi?10
Ésta es la acuciante pregunta que formula al aire Campos, y a la que los
renglones que siguen no quieren ser sino una contestación. Sí, sin duda es
un poema sensiblero y cursi,empalagoso e infestado de lugares comunes,sin
embargo, a pesar de los pesares, sigue siendo un poema sumamente efectivo.
Quiero decir que no puede uno leerlo despacio y no acabar sintiendo esca-
lofríos.
La superficialidad del texto es sólo aparente, un resultado de la facili-
dad retórica que transpira. El texto, de hecho, encierra complejidades que
han pasado inadvertidas incluso por críticos competentes. Sin dar un solo
antecedente, de modo abrupto e inesperado, Acuña introduce en el poema
9  Esta edición de Campos recoge un texto de José Martí del que reproduzco tres líneas: “Hoy
lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo su ‘Nocturno a Rosario’, página última de su
existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en
aquel quejido de dolor”.
10  En otro estudio de eminente naturaleza historiográfica, el propio Marco Antonio Campos
sostiene: “La pieza supera todos sus defectos, sobre todo de cursilería profusa, de pobreza de
lenguaje y de rimas comunes”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 40; En nombre…, I, “Manuel
Acuña en Ciudad…”, 60).
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la densidad del sueño. Empieza a ver visiones: imagina la ceremonia ma-
trimonial, ahí, en el terruño; a la vez que se le aparecen jirones de la amada
provincia en la que transcurrió su infancia. La imagen de su madre se in-
corpora a esta visión del deseo cumplido para santificar esta unión que es
también de modo enfático un retorno al solar natal, siempre añorado por el
poeta. Tan se trata de un sueño, que se atreve a llamar a Rosario “mi santa
prometida”. Se supone que el verso molestó a la mujer de carne y hueso,
quizá con razón, pero la expresión sólo tiene sentido si se entiende que el
poeta tuvo un sueño y que Rosario jugaba en este sueño el papel de la novia
aquiescente. Es a esta mujer del sueño a la que se refiere Acuña.
La ominosa presencia de la madre, cuyo cuerpo parece interponer-
se entre la pareja de recién casados, ha sido interpretada como una trama
edípica no resuelta por el autor. Es fácil ridiculizar esta presencia que por
supuesto daría al traste con la relación amorosa, al menos desde la perspec-
tiva moderna en la que nos movemos. Pero quizá se trata de algo más. José
Rojas Garcidueñas ha observado que:
Por debajo de los gestos arrebatados del romántico vivía el muchacho sencillo,
anheloso de regresar a la burguesa medianía de su pequeño y sosegado mundo
familiar, fuera del cual todo le resultaba oscuridad, tristeza y desorientación.
(Manuel Acuña, poeta... XXI)
Si lo que se escucha en el poema es la nostalgia por el solar natal y por el
ambiente de la familia a la que había abandonado para venirse a estudiar a
la capital, los rasgos edípicos quedan un tanto relativizados. O agigantados,
como podrían decir Deleuze y Guattari,pues no es la madre el objeto parti-
O B R A S R E L A C I O N A D A S
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
cular del deseo, sino el bloque familiar en su totalidad.11
De este apego casi
desmesurado a la familia profesado por el autor, y en especial, a la figura de
los padres,hay prueba en otros poemas.Baste constatar el sentido texto que
escribe Acuña con motivo del fallecimiento de su padre, al que ni siquiera
puede acompañar durante su sepelio,para advertir hasta qué punto los lazos
de familia eran en él especialmente fuertes. Esto me lleva a sugerir que si
el padre no estuviera por entonces muerto, el “Nocturno” no sólo aludiría
a la madre, sino de igual manera al padre, lo que quizás escandalizaría por
partida doble a los lectores de hoy.
Transcribo dos de las estrofas más conocidas del poema:
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros,
mi madre como un dios!
¡Figúrate que hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
11  Según Marco Antonio Campos, una lectura atenta del “Nocturno” tendría que desplazar
la importancia de la mujer amada: “Si se analiza bien el ‘Nocturno’ se percibirá una segunda
lectura donde Rosario pasa a un segundo plano. Es un poema de la culpa: el hijo no ha vuelto
al terruño ni ha visitado a su madre en ocho años”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 41; En
nombre…, I, “Manuel Acuña en Ciudad…”, 62).
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L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida,
y al delirar en eso
con la alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno,
por ti, nomás por ti.
Para que no quede duda de que lo anterior es una visión fantástica,producto
de los delirios o las imaginaciones del personaje, Acuña escribe en seguida:
“¡Bien sabe Dios que ese era/ mi más hermoso sueño...!”Mas como la espe-
ranza queda trunca, y como a sus fulgores “se opone el hondo abismo/ que
existe entre los dos” el poeta decide despedirse de todos y de todo. “Adiós
por la vez última”, exclama, y así se despide con un solo gesto, que resultará
trágico, del amor, de la poesía y de la vida.
Este poema de Acuña ha tenido la suerte (o la desgracia) de merecer
múltiples parodias,muchas de ellas ridiculizando su contenido y su dicción.
Toda parodia es, sin embargo, bivalente e implica también un homenaje
oblicuo. José Luis Martínez incluye en su edición de las poesías de Acuña
un “Apéndice” en el que recoge varias de estas parodias escritas en el siglo
XIX. Por alguna extraña razón, deja fuera del catálogo la única verdadera-
mente memorable, quiero decir, la única que tiene un auténtico valor artís-
tico: la que escribiera Eduardo Lizalde con el título de “Para una reescritura
de Acuña”, y que incluyera en su libro Al margen de un tratado, publicado
en la década de 1980. Que uno de los poetas mexicanos más importantes
de la segunda mitad del siglo XX haya escrito este texto, es un indicio que
lleva a pensar que el romanticismo exacerbado de Acuña es algo más que
un ejemplo de cursilería trasnochada (Nueva memoria del tigre, 267-268).
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Es curioso, pero Acuña no cesaba de anunciar su suicidio. Registró tal
cantidad de alusiones, unas veces abiertas y otras veladas, en poemas del
más diverso talante, que puedo asegurar que se trataba de una obsesión.
Acuña no desaprovecha oportunidad para declarar su disgusto con la exis-
tencia y para sostener la inminencia de su partida. Varias veces se considera
a sí mismo como un muerto,como un cadáver viviente,carente de objeto en
esta tierra. Otras, afirma que hay en él el valor para cortar los lazos que lo
ligan a la existencia terrenal. En otras tantas, producto de una imaginación
macabra, a la que no es ajeno, sin embargo, un poeta enorme como Rilke,
imagina de plano lo que sería una vida de ultratumba. El muerto, amorta-
jado en su sepultura, se da todavía aliento para emprender nuevos viajes en
compañía de la amada.
Comienzo con uno de sus poemas más logrados: los tercetos “A Laura”.
Se trata de una sentida exhortación a que la amiga cumpla con el destino de
poeta que la vida le ha deparado.La escritora tiene un talento enorme y sería
muy cruel que lo desperdiciara o que lo dejara languidecer. A mayor talento,
mayor responsabilidad. Laura está obligada a escribir, a seguir adelante, a
referirle al mundo sus experiencias siderales. Prohibido abandonarse ni a la
incuria ni a las estrecheces de algún oscurantismo. Pues bien, el terceto con
el que se abre la composición contiene una enfática cuanto inusitada decla-
ración en primera persona, en la que Acuña declara, para darle mayor peso a
sus ideas,que se lo dice alguien que “encierra en su pecho/ valor para romper
el yugo necio/ de las preocupaciones de la tierra”.Que yo sepa,los críticos no
han advertido la importancia estratégica de esta declaración.
En el poema “Gracias”encuentro una doble toma de posición. Por una
parte el poeta se declara muerto: “Yo que hace tanto tiempo que no llevo/
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L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
más que luto y tinieblas en el alma”. El de la voz cree en la verdad de lo que
dice, por eso insiste aportando un nuevo matiz: “que mi espíritu muerto ya
no espera”. Hasta aquí se diría que se trata de una muerte simbólica, decla-
rada en palabras por alguien que todavía tiene aliento. El “muerto en vida”
sigue estando vivo, y por eso puede hablar de su “espíritu muerto”. De otro
modo no sabríamos nada de él. La segunda toma de posición, por increíble
que parezca, avanza un paso en el abismo, desbordándose en lo inverosímil.
Ahora el poeta se asume realmente como muerto. Si la niña de sus amores
solicita su consuelo, él acudirá presto a consolarla… sí, pero desde el rei-
no de sombras de los muertos. Aparece aquí con toda claridad la referida
visión escabrosa de ultratumba que impregna una parte de su poetización.
Demuestro lo anterior citando el fragmento final de este poema tramado
en endecasílabos:
[…]
llámame entonces, y a tu blando lecho,
mientras que tú dormitas y descansas
yo iré a velar tranquilo y satisfecho
y a encender en el fondo de tu pecho
la estrella de las dulces esperanzas;
llámame… y cuando en vano
tiendas la vista en tu redor sombrío,
yo iré a llevarte en el consuelo mío
los besos y el cariño de un hermano.
(Obras, 66; En nombre…, I, 155)
La destinataria del poema estará imposibilitada para descubrir con su vista
el cuerpo de su amigo, por eso tenderá la vista en vano… sin encontrar a
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nadie, por la sencilla razón de que el amigo estará ahí, auxiliándola, conso-
lándola, pero en calidad de espectro, de alma en pena salida de una tumba.
Esta novelería de ultratumba es todavía más complicada en el poema “Re-
signación”, que parece escrito a partir de una ruptura amorosa. ¿La destina-
taria es Laura Méndez? Nada permite decirlo con certeza. El texto dice así:
Los dos hemos concluido,
y de tristeza y aflicción cubiertos,
ya no somos al fin sino dos muertos
que buscan la mortaja del olvido.
(Obras, 74; En nombre…, I, 164)
Esta toma de posición ya la conocíamos; la novedad es que ahora se trata de
una posición compartida, de una mortandad a dos.Tanto ella como él están
muertos. La imaginación tétrica de Acuña no se resigna con ello. Aunque
fallecidos, aunque tendidos en el sepulcro, continúan empero con sus aven-
turas, como si fuera posible vivir una vida más allá de la vida, descubriendo
con ello regiones inesperadas del cosmos. Espíritus intangibles pero a la vez
voluntariosos,emprenden un vuelo hacia el fondo del mundo sideral.Exhor-
ta el poeta:
[…]
lancémonos entonces a ese mundo
en donde todo es sombras y vacío,
hagamos una Luna del recuerdo
si el Sol de nuestro amor está ya frío;
volemos, si tú quieres,
al fondo de esas mágicas regiones,
y fingiendo ilusiones y placeres,
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L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
y fingiendo esperanzas e ilusiones,
rompamos el sepulcro, y levantando
nuestro atrevido y poderoso vuelo,
formemos un cielo entre las sombras,
y seremos los duendes de ese cielo.
(Obras, 76; En nombre…, I, 167)12
Otro texto, “Dos víctimas”, también aborda el suicidio de un par de novios
frustrados, pero ahora lo hace desde una perspectiva jocosa, quitándole toda
seriedad al asunto. En otro retoma el tema de la madre ausente: “Mi madre,
la que vive todavía/ puesto que vivo yo” Este extraño verso quizá contenga
una referencia velada a su suicidio próximo: puesto que ahora vivo. ¿Insinúa
que la madre también morirá tan pronto como él desaparezca, y ya no pueda
evocarla? En este mismo poema se reitera en otro tono la noción, sin duda
patética, del poeta muerto en vida:
Mi alma es como un santuario en cuyas ruinas,
sin lámpara y sin Dios,
evoco a la esperanza,
y la esperanza penetra en su interior,
como en el fondo de un sepulcro antiguo
las miradas del Sol
(Obras, 85; En nombre…, I, 177)13
En un soneto de 1873, el año de su muerte, se lee esta conclusión que reitera
lo que ya sabemos: “si la vida a los goces es ajena,/ mejor es el sepulcro que
12  Si se me permite parodiar un poco la terminología de Deleuze-Guattari, diría que en ese
verso de Acuña se anuncia el devenir-duende de los amantes, el convertirse en trasgos del más
allá.
13  Encuentro aquí una alusión al persistente ateísmo de Acuña: “Sin lámpara y sin Dios”.
Adviértase que el poeta se define a sí mismo incorporándose a la imagen de un sepulcro antiguo.
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la vida”(Obras, 115; En nombre…, II, 176). Para septiembre de ese mismo año,
ya se está despidiendo de la vida, como lo demuestra su poema “Adiós”. En
este texto declara premonitoriamente:
Mañana que termine
mi vida oscura y breve,
ya sólo tus recuerdos
palpitarán sobre él.
(Obras, 118; En nombre…, I, 182)
También de 1873 son dos sonetos que dedica a su amiga Rosario de la Peña.
El primero se llama “A una flor”, y es una especie de carpe diem invertido.
Transida de dolor por una pérdida de la que no sabemos nada, la mujer ha
caído en una depresión espantosa. Es esto, al menos, lo que se adivina en el
texto. La reacción del poeta consiste en decirle que no es justo que cuando
apenas se entreabría el broche de su existencia, se doblegue abatida y sin
ganas de continuar viviendo.“Resucita y levántate”, le dice. Su actitud mor-
tecina es injusta con el Sol que ilumina su vida: “Injusto para el Sol es tu
reproche,/ que esa sombra que pasa y que te ciega,/ es una sombra, pero aún
no es la noche”(Obras, 119; En nombre…, I, 184).14
Rudo contraste: el poeta que ya desde hace mucho se siente un cadáver
en vida, le exige a la mujer que recobre el buen ánimo y que disfrute de los
dones de la existencia, prodigados de modo simbólico por la presencia del
padre Sol. La contraparte, o cuando menos el complemento funerario de
este texto,es el siguiente soneto que el propio Acuña habría escrito en el ál-
14  Cabe la posibilidad que este último verso se haya corrompido en el proceso de impresión,
pues se aparta de manera notoria del ritmo endecasilábico del texto. La restitución del verso al
ritmo indicado daría: “es una sombra, pero no es la noche”.
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bum de versos de su amiga. Se trata de una nueva despedida, o mejor dicho,
de un nuevo anuncio de que pronto ya no estará en compañía de los vivos.
Rosario no sólo ha declinado la declaración amorosa del poeta; también ha
rechazado,al parecer de modo cortante,los laureles que Acuña había recibi-
do en ocasión de la triunfal puesta en escena de su obra de teatro El pasado,
y que el poeta a su vez había tratado de poner sin éxito en las manos de su
adorada amiga.Este último y drástico rechazo es el asunto del soneto. Acu-
ña le insiste que acepte los laureles, que los tome, que ellos habrán de ser el
único recuerdo en el quebranto que le producirá su ausencia, anunciada por
enésima ocasión sin que la dama se dé por enterada. Nuevo prodigio de la
imaginación ante mortem, vale la pena reproducir el soneto:
A Rosario
Esta hoja arrebatada a una corona
que la fortuna colocó en mi frente
entre el aplauso fácil e indulgente
con que el primer ensayo se perdona.
Esta hoja de un laurel que aún me emociona
como en aquella noche, dulcemente,
por más que mi razón comprende y siente
que es un laurel que el mérito no abona;
tú la viste nacer, y dulce y buena
te estremeciste como yo al encanto
que produjo al rodar sobre la escena;
guárdala, y de la ausencia en el quebranto,
que te recuerde, de mis besos llena,
al buen amigo que te quiere tanto.
(Obras, 120; En nombre…, I, 193)
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
Todavía el poema “La gloria”,extensa composición de cuatrocientos cuaren-
ta versos, teje de nuevo el tema del desdén amoroso que esta vez enmascara
a través de dos personajes, Pablo, el poeta desdeñado, y Elena, encarnación
de la mujer que alguna vez, así sea en un momento de ofuscamiento o de
debilidad,le dispensó al poeta la miel de sus favores (no supongo nada,así lo
indica el texto muy a la letra:“De manera que Pablo,que en su anhelo/ espe-
raba soñando con el cielo,/ que su amante por fin le volvería/ todo el cariño y la
pasión de un día”) y que ahora por el contrario desdeña incluso la corona que
éste le ofrece, la corona que se había otorgado a esa obra que ella vio nacer
(expresión de cierto modo comprometedora,podría pensarse: ¿indicaría esto
que Acuña tramó la obra dramática de referencia en casa de su amiga,y bajo
su mirada?), termina con una nueva despedida. Dado que la mujer rechaza
la corona, el poeta optará, remedio heroico, por... ¡mandarle su alma! (en el
entendido de que a ésta no podrá rechazarla). ¿Podía haber otra alusión más
clara a su suicidio próximo?15
Quizás el valor artístico de “La gloria. Pequeño poema en dos cantos”
no tenga especial relieve. Lo menciono empero porque creo encontrar en él
una clave inadvertida acerca de su suicidio trágico: que la dama de referen-
cia, más allá de lo que ella misma se empeñó en divulgar entre sus conoci-
dos, habría cedido alguna vez a los reclamos del pretendiente, para recobrar
luego una fría distancia que acaba por propiciar el derrumbe del escritor.
La obra maestra de Acuña, “Ante un cadáver”, no tiene nada que ver
empero con los arrebatados deliquios de la poesía amorosa. Se trata del
poema riguroso, científico del autor, para más señas un estudiante de medi-
15  “Pablo, pensando en la que estaba ausente,/ en lugar de un laurel, ¡le mandó el alma!”
(Obras, 203; En nombre…, I, 246).
I C O N O G R A F Í A
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
cina en el que las ideas de los ilustrados, a los que se acercaba, habían pro-
ducido un poderoso efecto, grabándose en su pensamiento con una notable
fuerza de convicción. Menéndez Pelayo, que conoció ese texto, se desvivió
en elogios hacia él. La visión de Acuña le pareció tan audaz, tan convin-
cente y plena en su circularidad, que creyó encontrarle un parentesco con
las filosofías de Leibnitz y de Hegel. Algunos comentaristas señalan su
cercanía con Lucrecio, aunque no sería nada extraño que el ideologema de
fondo derivara de modo directo de Lavoisier, quien habría llegado a esta
sintética conclusión que quizás el día de hoy continúa siendo motivo de
escándalo entre ciertas conciencias: “La materia no se crea ni se destruye,
sólo se transforma”.
Como se sabe, éste es el axioma materialista de la ciencia moderna, y
es el axioma que Ignacio Ramírez, El Nigromante, había proclamado en su
discurso de ingreso a la Academia de Letrán,como mencioné al principio de
este trabajo.16
Todo indica que Acuña, un poeta al que no le iban las medias
tintas, hizo suyas las ideas más radicales del sector ilustrado de su época, y
que a esta radicalidad se debía en gran parte su innegable popularidad.17
Cuando hablo de su radicalismo ideológico, no me refiero sólo a su concep-
ción atea del universo, de la que hay suficientes pruebas en varios pasajes de
su obra, ni a su notoria simpatía por algunas de las figuras más destacadas
dentro del liberalismo de la época, como Ocampo o el mismo Ignacio Ma-
nuel Altamirano, sino incluso a su visión sumamente crítica de lo que por
16  Véase nota 3 acerca de los efectos del discurso de Ignacio Ramírez.
17  Una prueba de ello es la multitud apoteósica que acompañó al cuerpo de Acuña al
cementerio de Campo Florido, en el que desfilaron más de 30 carruajes. En el cortejo iban
varias de las figuras mayores de la literatura mexicana de la época: Altamirano, Riva Palacio,
Luis G. Ortiz y, por supuesto, Justo Sierra, quien despidió al amigo recitando unos versos.
46
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
entonces se llamaría el problema social. Un claro testimonio literario de ello
lo tenemos en su famoso poema “La ramera”y en la celebrada obra de teatro
El pasado, que aunque no tratan exactamente del mismo tema, exhiben una
simpatía por los caídos, por los orillados de la sociedad. Enfrentando la moral
hipócrita de la época, haciendo burla incluso del moralismo estrecho de la
alta sociedad, Acuña encuentra que la prostituta no sólo no es una figura
reprobable, sino que es la víctima de una sociedad enferma que primero
mancilla a la mujer y después se asusta de lo que ella misma le ha hecho.
En el poema “La ramera”, Acuña articula una voz de protesta social,
impregnada de romanticismo, es cierto, y hasta de un patetismo que aho-
ra parece ingenuo pero que en su momento tuvo una enorme efectividad.
¿Piedad para los humillados? ¿Conmiseración? Sí, puede ser, pero también
una visión de escándalo,un arrojar en cara a la sociedad hipócrita esa misma
hipocresía vuelta conciencia de sí. Ahora podemos intuir por qué los versos
de Acuña causaban revuelo y conmoción:
¡Pobre mujer, que abandonada y sola
sobre el oscuro y negro precipicio,
en lugar de una mano que la salve
siente una mano que le impele al vicio.
(Obras, 19; En nombre…, II, 68)
Los filósofos mienten, son los apóstoles engañosos de la idea, pues ellos no
sólo no comprenden el sufrimiento de la prostituta, sino que han contri-
buido a hundirla en el fango. Para que el contraste sea más brutal, el poeta
propone un cambio total: se trata de una reversión que va del ángel a la pros-
tituta, del ser alado y celeste... a la mujer que rueda enfangada en el pecado:
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L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
¡Te acuerdas...! Lo arrancaste de la nube
donde flotaba vaporoso y bello,
y arrojándole al hambre,
sin ver su angustia ni su amor siquiera,
le convertiste de camelia en lodo:
¡Le transformaste de ángel en ramera!
(Obras, 21; En nombre…, II, 70)
Después de este dicterio, y por si no bastara, el poeta lanza una maldición
que seguro cimbró a las buenas conciencias de su tiempo: “¡Maldito tú que
pasas/ junto a las frescas rosas,/ y que sus galas sin piedad les quitas!”
Aunque la heroína de El pasado no es una prostituta, es considerada
como tal por la clase burguesa debido a que, siendo sumamente pobre, tuvo
la debilidad de entregarse a un hombre mayor a cambio del dinero con el
que compraría las medicinas para curar a su madre enferma. La madre, de
cualquier modo, muere, como mostrando con ello la inutilidad del sacrificio
de la hija, y para acentuar también de modo romántico lo tremendo y lo in-
justo de la situación. La mujer, de nombre Eugenia, se enreda con un pintor
que se enamora de ella sin importarle estos turbios antecedentes, y que se la
lleva con él a Europa durante cinco años en que se dedica a perfeccionarse
como artista. El drama comienza al regreso de la pareja, que es por supuesto
objeto de intrigas y murmuraciones de alguien que en el fondo no quiere
sino volver a gozar de los favores de la mujer. Acuña convierte con gran
habilidad este asunto de costumbres en una invectiva en contra del orden
social en su conjunto. La tesis, de algún modo incendiaria del autor, la co-
nocemos a través del parlamento de David, del que ahora transcribo unos
fragmentos:
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
[…] ¡Yo no condeno como la sociedad al presidiario que ha robado un pedazo
de pan para sus hijos,yo no condeno a la pobre mujer sin educación y abando-
nada, que el día que se muere de hambre se vende en el vértigo de la miseria,
por unas migajas de mendrugo!... Yo a quien condeno es a la sociedad que no
da trabajo al artesano!… ¡Al que no educa a la mujer!…¡Al que la compra!
¡Yo a quien condeno es a la sociedad que se enfanga y después se asusta de sí
misma!… ¡A esa madre que arroja a sus hijos en el albañal y que después no
quiere reconocerlos! (Obras, 296)
Su adscripción materialista, lo que Menéndez Pelayo llama “el novísi-
mo sentido de las escuelas naturalistas”, campea en sus composiciones de
manera que se podría decir casi sistemática. Acuña es un ateo consuma-
do, lo que sin embargo, como he subrayado antes, no le impide elaborar
tortuosas visiones de ultratumba. En un texto de 1869 parece admitir la
existencia de Dios, pero no lo hace sino a través de una torsión retórica
que concluye afirmando la divinidad del amor. El poema titulado “Amor”
así lo certifica:
Amor es Dios, el lazo que mantiene
en constante armonía
los seres mil de la creación inmensa;
y la mujer la diosa,
la encarnación sublime y sacrosanta
que la pradera con su olor inciensa
y que la orquesta del Supremo canta.
(Obras, 227; En nombre…, I, 126)
En “Hojas secas”, otra de sus composiciones, sostiene enfático, hablándole
a la amada: “En Dios le exiges a mi fe que crea,/ y que le alce un altar den-
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
tro de mí./ ¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea/ para que yo ame a Dios,
creyendo en ti!” (Obras, 181; En nombre…, I, 212).
Más allá de estas sublimaciones amorosas, la verdadera posición del
poeta ante el asunto de Dios queda registrada en la siguiente décima titu-
lada precisamente “Dios”.
Sublime y oscuro mito,
hijo del miedo del hombre
que en todas partes tu nombre
imagina ver escrito,
si tú eres el infinito
y es infinita tu esencia,
si, mostrando tu existencia,
todas las formas revistes,
¿por qué, si es cierto que existes,
no existes en mi conciencia?
(Obras, 235; En nombre…, II, 154)18
“Ante un cadáver”es una enfática meditación naturalista, inspirado sin duda
por los descubrimientos de la ciencia moderna. El escenario inicial es el de
la mesa de disecciones, lugar donde el cadáver, convertido en objeto, queda
sometido a la minuciosa inspección del escalpelo de los estudiantes de me-
dicina, quienes vulnerando el secreto de la existencia, exponen y analizan
cada una de sus piezas, como si se tratara de un frío mecanismo de relojería.
El presupuesto inmediato son las conquistas de la ciencia, que ensancha
constantemente el horizonte del saber, eclipsando los viejos velos de la su-
perstición y la fábula, que mantienen al hombre sumido en la ignorancia.
18  La versión que transcribo, empero, es la que da por buena Francisco Castillo Nájera
(Manuel Acuña).
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L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
El presupuesto mediato: la visión de la naturaleza como una fuerza vital
inmanente, que no cesa de renovarse y de dar nuevos brotes dentro de la
infinidad de un círculo que puede suponerse eterno. El sentido militante
del texto se torna patente desde los primeros versos. Acuña forma filas entre
los ilustrados, está convencido de que su tarea es combatir las cadenas de la
credulidad y del oscurantismo que mantienen encerradas en un calabozo a
las conciencias de su tiempo. El grito del saber y el de la libertad son uno y
el mismo. Tan es así, y de modo tan absoluto, extremando las cosas, que la
muerte misma es concebida como una liberación:
¡Y bien! Aquí estás ya... sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.
Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.
Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro a cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.
Aquí donde la fábula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.
(Obras, 92; En nombre…, II, 129)
La construcción anafórica, tan de su predilección, enfatiza la gloria de esta
liberación gracias a la cual el ser mortal puede ya fundirse en el ser impere-
cedero de la naturaleza, esa nueva diosa ensalzada por la ciencia a la que el
poeta rinde tributo: “Aquí estás ya... tras de la lucha impía/ en que romper
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
al cabo conseguiste/ la cárcel que al dolor te retenía” (Obras, 92; En nom-
bre…, II, 130). Aquí Acuña proyecta un platonismo sincero, con el que sin
duda comulga: todo ser humano, según esto, libra una lucha desigual pero
quizá también condenada desde el punto de vista moral (y por eso la llama
lucha impía) por liberarse de la prisión del cuerpo que lo ata a la rueda de
sufrimiento.Todos,empero,tarde que temprano,habremos de salir victorio-
sos de esta confrontación, lo que nos permite reintegrarnos al seno natural,
fuente eterna de vida. Por eso concluye Acuña sin ninguna dubitación:
La tumba sólo guarda un esqueleto,
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.
Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas; pero nunca muere.
(Obras, 95; En nombre…, II, 133)
A Marcelino Menéndez Pelayo esta composición le parece “una de las más
vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nues-
tros tiempos”. A diferencia de algunos críticos mexicanos, que piensan en
Acuña como un poeta confuso e inconsistente, falto de solidez y carente
de bases firmes, Menéndez Pelayo escribe en el prólogo de su Antología de
poetas hispanoamericanos (1893) lo que es para mí el más alto de los elogios
que ha merecido el saltillense:
Acuña era tan poeta que hasta la doctrina más áspera y desolada podía
convertirse para él en raudal de inmortales armonías. Sentía aquel mismo
53
L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O
género de embriaguez naturalista que es el alma de la inspiración de Lucrecio
y de la de Diderot en su Sueño de D’Alembert. La materia no concebida me-
cánicamente sino de un modo dinámico, y abarcándola en toda la plenitud y
complejidad de su desarrollo y evoluciones, no es sujeto refractario a la poesía,
y puede existir y existe sin duda un género de monismo poético, que tiene de
poesía lo que tiene de metafísica, menos distante que pudiera creerse, ya de la
concepción de Leibnitz, ya de la de Hegel, puesto que realmente esa materia
parece viva y llena de almas, y su incesante ebullición como que se somete y
disciplina a un proceso dialéctico.19
Por el empuje de su construcción, y por las rigurosas bases materialistas que
sostienen su trama, me gustaría decir que el único texto del siglo XX mexi-
cano que resiste y solicita una comparación con “Ante un cadáver”de Acuña
es el “Canto a un dios mineral” del químico y también poeta Jorge Cuesta.
Mostrar las significativas afinidades entre estos dos poemas es algo que por
supuesto excede los límites del presente trabajo, por lo que me conformo
con sugerir su proximidad. A riesgo de que se piense que hago demasiadas
concesiones a la imaginación macabra del poeta estudiado, no me gustaría
concluir este trabajo sin transcribir la cuarteta que escribiera Acuña sobre
un cráneo que tenía en su buhardilla, y en el que, durante una velada con sus
amigos, todos anotaron un pensamiento. El que anotó Acuña reza así:
Inscripción en un cráneo
Página en que la esfinge de la muerte
con su enigma de sombra nos provoca:
¿Cómo poderte descifrar, si es poca
toda la luz del Sol para leerte?
19  Contrástese esta opinión con el dicterio de José Rojas Garcidueñas: “Una simple hojeada a
sus poemas nos muestra la absoluta falta de solidez y bases firmes en sus ideas” (XXII).
En cuanto a textos, EN NOMBRE DE ESE LAUREL contempla
prácticamente toda la poesía escrita por Manuel Acuña de la que se
tiene conocimiento. Incluye la primera edición recopilatoria de sus
“Versos”, realizada por amigos a partir de publicaciones diversas, y
los que añade José Luis Martínez en sucesivas apariciones de Obras:
poesía y prosa (1949 y 2000). En la presente recopilación se excluyen,
sin embargo, los poemas dedicados a su hermana Guadalupe (“A
Lupe” y “A Lupita”), pues, tomando en cuenta las fechas y la calidad
que muestran, suponemos que, o bien no pertenecían realmente a la
obra del poeta (según José Farías Galindo, el primero fue dictado de
memoria por su hermana Dolores), o no fueron escritos o acabados
para su publicación (el otro, con inconsistencias verso a verso, fue
supuestamente escrito después de “Ante un cadáver”). Por otra
parte, la romanza “Lejos de ti”, del compositor Rafael Gálvez León,
lleva una letra de Manuel Acuña (no incorporada hasta el momento
en otras ediciones), y en este libro se encuentran tanto su partitura
como la transcripción del texto literario.
En El verdadero Manuel Acuña (1984), Pedro Caffarel Peralta se
dio a la tarea de consignar las modificaciones (unas ínfimas, otras
sustanciales) que sufrieron algunos poemas al aparecer en diarios,
suplementos de la época e incluso en diversos manuscritos. Tales
variantes han sido incorporadas en esta nueva edición, a manera
EN NOMBRE
DE ESE LAUREL
PRESENTACIÓN
de glosas, para facilitar una lectura completa, holográfica, de cada
uno de esas obras, y al mismo tiempo una visión más precisa de las
cuestiones de estructura, ritmo y contenido que preocupaban a su
autor.
El objetivo de esta recopilación es agrupar el material existente
sobre Manuel Acuña, presentarlo de forma más organizada –más
atractiva incluso– y ofrecer un conjunto de obra, crítica e iconografía
para los lectores del siglo XXI.
La primera diferencia importante, respecto a las recopilaciones
anteriores, es su nueva organización. Se respeta e incluso se
vuelve más explícito el orden cronológico usado en sus principales
ediciones, pero, ante todo, se separa a los poemas en dos bloques
temáticos: “De amor y biográficos”, en el primer tomo, y “Científicos,
cívicos, filosóficos y humorísticos” en el segundo, con la intención
de hacer mucho más visibles las múltiples facetas de su poesía.
Podemos decir que esta edición de la obra de Manuel Acuña es como
un anaglifo, una imagen alterada para verse en tercera dimensión
a través de dos lentes de colores distintos, correspondientes, quizá
huelga decirlo, a cada uno de estos tomos, con su organización y
contenidos particulares.
En cuanto a material crítico, esta edición incluye algunos textos
publicados previamente y otros inéditos. Destacan los ensayos de
Marco Antonio Campos y Evodio Escalante, que prologan cada
tomo, además de artículos y materiales complementarios –dos
poemas de Eduardo Lizalde, una traducción de Samuel Beckett,
artículos diversos– que enriquecerán sin duda la lectura de su obra
y el conocimiento de su fugaz y luminosa trayectoria vital.
Contra lo que suele suponerse, la obra de Manuel Acuña es
particularmente vasta en temas e interpretaciones. Tratamos de
ofrecer una edición personalizada, con anotaciones al margen, y nos
hubiera gustado incluir además fragmentos resaltados, y los signos
de nuestra admiración al lado de un gran número de versos, mas
tal exceso quizá hubiera arruinado esos hallazgos para los lectores
futuros. Tenemos fe, y paciencia: aunque la leyenda ha extendido
y deformado su interpretación, y aunque la métrica tradicional (o
cierta formación declamatoria) vuelve engañosamente simple
el acceso a ciertos textos literarios, cuyo fondo se oscurece tras
el brillo de la forma, en los últimos quince años un acercamiento
más atento y generoso de la crítica le ha concedido o regresado a
Acuña algunas de esas hojas de laurel que obtuvo en vida. Por ello la
presente edición, además de un homenaje para el autor coahuilense,
es una ocasión nueva y oportuna para el encuentro entre la obra, sus
críticos y sus lectores.
DE AQUÍ SÓLO SALE INDIANA
A LA SOCIEDAD FILOIÁTRICA EN SU
INSTALACIÓN
UNA LIMOSNA
LA RAMERA
EL HOMBRE
LOS BEODOS
EN LA APOTEOSIS DEL ACTOR
MERCED MORALES
OCAMPO
UNO Y QUINIENTOS
LA SOÑADORA
A LAURO
OBLACIÓN
RASGO DE BUEN HUMOR
EN EL TERCER ANIVERSARIO DE LA SOCIEDAD
FILOIÁTRICA Y DE BENEFICENCIA
60
61
66
68
75
86
88
94
100
101
106
107
112
116
1864
1868
1869
1870
1871
OBRA POÉTICA, 2
POEMAS CIENTÍFICOS,
CÍVICOS, FILOSÓFICOS Y
HUMORÍSTICOS
¡SALVE!
EL POETA MÁRTIR
JUAN DÍAZ COVARRUBIAS
SONETO (A MANUEL DOMÍNGUEZ)
HIMNO
ANTE UN CADÁVER
ODA. ANTE EL CADÁVER DEL DOCTOR
JOSÉ B. DE VILLAGRÁN
AL RUISEÑOR MEXICANO
AL CIELO
A UN LIRIO
INSCRIPCIÓN EN UN CRÁNEO
A DIOS
EN ALAS DEL PENSAMIENTO
ESTROFA PARA ASUNCIÓN
LA VIDA DEL CAMPO
ODA. A LA MEMORIA DEL EMINENTE NATURALISTA,
EL DOCTOR LEONARDO OLIVA
SONETO
NADA SOBRE NADA
CINCO DE MAYO
SONETO (A VICENTE FUENTES)
118
120
124
125
129
134
138
141
143
144
154
155
159
171
176
177
184
200
1873
1872
ODA
A LA LUNA
EL REO DE MUERTE
A JOSEFINA PÉREZ
A LA EMINENTE ACTRIZ
SALVADORA CAIRÓN
ADIÓS A MÉXICO
ROMANCERO DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
EL GIRO
A LA PATRIA
HIDALGO
15 DE SEPTIEMBRE
LA MUJER
EN LA BIBLIOTECA POPULAR
EN ESTE CAMPO DO EL PLACER REPOSA
A UN ARROYO
LETRILLA
TODO SE ACABA
HISTORIA DE UN PENSAMIENTO
DE ACUÑA
202
209
216
221
222
223
226
235
242
243
248
251
252
254
257
263
264
267
S/F
60
De aquí sólo sale indiana,
de aquí sale manta y lona,
de aquí sale la ladrona
que se robó la manzana.
¿1864?
De aquí sólo sale indiana…*
*Según una anécdota recogida por Farías y por José Luis
Martínez, esta es la primera composición, improvisada,
que su familia le escuchó recitar a Manuel Acuña.
61
Sombras gigantes de Escipión y Ciro,
de César y Alejandro,
no os alcéis de la tumba a mis acentos;
que si es verdad que vuestra gloria admiro,
me espanta vuestra gloria resonando
entre ayes de dolor y entre lamentos.
Yo no canto a vosotros, cuyos lauros
en la sangre crecidos
respiran con el aire de la muerte;
yo no canto a vosotros los temidos,
los que formáis las leyes con la espada
sin tener más derecho que el del fuerte.
Vuestros nombres sublimes
no hacen arder la sangre de mis venas;
yo canto a Atenas enseñando a Roma,
no canto a Roma conquistando a Atenas.
Como el águila audaz que surca el viento
en pos de espacio que bastante sea
para dar a sus alas movimiento,
lo mismo mi alma cuando hallar desea
A la Sociedad Filoiátrica
en su instalación
1868
¿Hasta cuándo llegará el día
en que se aprecie más al hombre
que enseña que al hombre que mata?
M. Ocampo
62
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
la luz de la poesía,
no busca sus raudales en la noche
sino en la aurora al despuntar el día;
y al encontrar la llama indeficiente
de la verdad sagrada,
mi pecho entonces se electriza y siente,
y de mi lira tosca y olvidada,
brotan cantares que sonar quisieran
desde el nuevo hasta el viejo continente.
Era la sombra: entre su negro manto
vegetaban los hombres,
nutriéndose con penas y con llanto,
sin otra ciencia que sufrir humildes
del infortunio las amargas leyes,
y sin otros señores que verdugos
con el pomposo título de reyes.
Esqueletos del cuerpo
y esqueletos del alma,
los seres como Dios, no eran entonces
el Adán pensador del primer día,
sino siervos que ató con mano airada
a su carro triunfal la tiranía.
Momias vivientes que al dejar el mundo
para volver al hueco del osario,
legaban a sus hijos en recuerdo
la cicuta del Sócrates profundo
[el yugo de los bueyes]
[el pensador Adán del primer día,]
[sino brutos, que iguales a los otros]
[solamente el hablar los distinguía]
63
O B R A P O É T I C A
y la sangre del Cristo del Calvario.
Y así pasaron siglos y más siglos
que de su inmensa huella en la distancia
sólo dejaban sombras y vestiglos,
vagando entre las nieblas
de la noche sin fin de la ignorancia.
Mas de pronto la luz del pensamiento
iluminó vivífica y radiante
de la santa Razón el firmamento,
y Dios apareció, bello y gigante,
haciendo despeñarse en el abismo
al soplo de sus labios soberanos
el sangriento puñal de los tiranos
y la máscara vil del fanatismo.
Entonces fue cuando la Europa vía,
trémula y espantada,
la mansión ignorada
que la voz de Colón le predecía,
y a Franklin elevándose al espacio
de su genio atrevido tras la huella,
para robar a la rojiza nube
el fuego aterrador de la centella.
Entonces fue cuando se alzó la ciencia
disipando las sombras
que huyeron en tropel a su presencia;
y entonces cuando México miraba
en la mansión maldita
[brilló pura y radiante]
[en la vasta extensión del firmamento]
[el manchado puñal de los tiranos]
[de su genio coloso tras la huella,]
64
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
del crimen y del miedo,
en vez de la cadena y del levita
la figura grandiosa de Escobedo.
Y no tembléis al recordar la historia
del lugar maldecido,
donde el buitre feroz de la ignorancia
ocultó sus polluelos y su nido;
no tembléis a la tétrica memoria
del calabozo inmundo
repitiendo los últimos lamentos
del mártir moribundo;
ya está lavada de su impura mancha
la guarida del crimen,
que hasta la infamia misma desparece
donde las huellas del saber se imprimen.
En vez de los verdugos,
y del hirviente plomo y el veneno,
la Medicina que consuela y sana,
y los hijos de Herófilo y Galeno.
Sublime redención, misión sublime
la del que sufre al consolar las penas,
la del que llora y gime
al enjugar las lágrimas ajenas;
misión de caridad y bienandanza,
empezada por Cristo en el calvario,
que redime y que canta en su santuario
[empezada por Cristo en el madero,]
[y que lava y en ángeles convierte]
65
O B R A P O É T I C A
los himnos del amor y la esperanza.
Seguidla, pues, vosotros, que impasibles
desafiáis a la muerte y los pesares;
y si queréis que el mundo agradecido
conserve vuestro nombre en la memoria,
y que os levante altares,
seguid vuestro sendero bendecido,
que al fin de ese sendero está la gloria;
y continuad sin dirigir la vista
al espinado y escabroso suelo,
y si ansiáis la conquista
del lauro inmarcesible de la fama,
elevad vuestros ojos hasta el cielo
donde está quien os mira y quien os llama.
Y no penséis en la escarpada roca,
ni en la espina punzante
que atraviesa la planta que la toca;
no cejéis ni un instante
en vuestra noble y celestial carrera,
¡Adelante…! ¡Adelante…!
aún está muy distante
la corona de rosas que os espera.
[a la ramera vil y al bandolero.]
[Seguidla, pues, vosotros, que
contentos]
66
¡Entrad!... en un aposento
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas…
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
“¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad, ¡una limosna!”.
Y calla…y las niñas gimen…
y calla… y el viento sopla…
y llora… y nadie la escucha,
¡que nadie escucha al que llora!
¿Y la oís?… “¡Ay!, hijas mías
vais por fin a quedar solas…
solas… y sin una madre
Una limosna
A mi querido amigo Agustín F. Cuenca
1869
67
O B R A P O É T I C A
que os alivie y que os socorra…
solas… y sin un mendrugo
que llevar a vuestra boca...
Adiós…adiós… yo me muero…
yo tengo hambre...,
y la mísera espiraba
¡Una limosna!”
entre angustias y congojas,
mientras que las pobres niñas
casi locas, casi locas
la besaban y lloraban
envueltas entre las sombras.
Después… temblando de frío
bajo sus rasgadas ropas,
caminaban lentamente
por la calle oscura y sola,
exclamando con voz triste
al divisar una forma;
la una…
… “¡Me muero de hambre!”,
y la otra...
… “¡Una limosna!”.
68
Humanidad pigmea,
tú que proclamas la verdad y el Cristo,
mintiendo caridad en cada idea;
tú que, de orgullo el corazón beodo,
por mirar a la altura
te olvidas de que marchas sobre lodo;
tú que diciendo hermano,
escupes al gitano y al mendigo
porque son un mendigo y un gitano:
allí está esa mujer que gime y sufre
con el dolor inmenso con que gimen
los que cruzan sin fe por la existencia;
¡escúpela también…! ¡anda…! ¡no importa
que tú hayas sido quien la hundió en el crimen,
que tú hayas sido quien mató su creencia!
¡Pobre mujer, que abandonada y sola
sobre el oscuro y negro precipicio,
en lugar de una mano que la salve
siente una mano que le impele al vicio;
y que al fijar en su redor los ojos
y a través de las sombras que la ocultan
no encuentra más que seres que la miran
y que burlando su dolor la insultan…!
1869
La ramera
A mi querido amigo Manuel Roa
69
O B R A P O É T I C A
Y antes era una flor... una azucena
rica de galas y de esencias rica,
llena de aromas y de encantos llena;
era una flor hermosa
que envidiaban las aves y las flores,
y tan bella y tan pura,
como es pura la nieve del armiño,
como es pura la flor de los amores
y como es puro el corazón del niño.
Las brisas la brindaban con sus besos,
y con sus tibias perlas el rocío;
y el bosque con sus álamos espesos,
y con su arena y sus corrientes el río;
y amada por las sombras en la noche,
y amada por la luz en la mañana,
vegetaba magnífica y lozana
tendiendo al aire su purpúreo broche;
pero una vez el soplo del invierno
en su furia maldita,
pasó sobre ella y la arrancó sus hojas,
pasó sobre ella y la dejó marchita;
y al contemplar sin galas
su cáliz antes de perfumes lleno,
le arrebató implacable entre sus alas
y fue a hundirla cadáver en el cieno.
70
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
¡Filósofo mentido…!
¡apóstol miserable de una idea
que tu cerebro vil no ha comprendido!
Tú que la ves que gime y que solloza,
y burlas su sollozo y su gemido…,
¿qué hiciste de aquel ángel
que amoroso y sonriente
formó de tu niñez el dulce encanto?
¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días,
que lloraba contigo si llorabas
y gozaba contigo si reías…?
¡Te acuerdas…! Lo arrancaste de la nube
donde flotaba vaporoso y bello,
y arrojándole al hambre,
sin ver su angustia ni su amor siquiera,
le convertiste de camelia en lodo:
¡Le transformaste de ángel en ramera!
¡Maldito tú que pasas
junto a las frescas rosas,
y que sus galas sin piedad les quitas!
¡Maldito tú que sin piedad las hieres,
y luego las insultas por marchitas!
¡Pobre mujer…! ¡Juguete miserable
de su verdugo mismo…!
Víctima condenada
a vegetar sumida en un abismo
71
O B R A P O É T I C A
más negro que el abismo de la nada
y a no escuchar más eco en sus dolores,
que el eco de la horrible carcajada
con que el hombre le paga sus amores.
¡Pobre mujer, a la que el hombre niega
el sublime derecho
de llamar hijo a su hijo!
Pobre mujer que de rubor se cubre
¡cuando le escucha que la grita madre!
Y que quiere besarle, y se detiene,
y que quiere besarle, y calla y gime,
porque sabe que un beso de sus besos
¡se convierte en borrón donde lo imprime!
Deja ya de llorar, pobre criatura,
que si del mundo en la escabrosa senda
caminas entre fango y amargura,
sin encontrar un ser que te comprenda,
en el cielo los ángeles te miran,
te compadecen, te aman,
y lloran con el llanto lastimero
que tus ojos bellísimos derraman.
¡Y que te burle el hombre, y que se ría!
¡Y que te llame harapo y te desprecie!
Déjale tú reír, y que te insulte,
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
que ya llegará el día
en que la gota cristalina y pura
se desprenda del lodo
para elevarse nube hasta la altura.
Y entonces en lugar de un anatema,
en lugar de un desprecio,
escucharás al Cristo del Calvario,
que añadiendo tu pena
a tus lágrimas tristes en abono,
te dirá como ha tiempo a Magdalena:
Levántate, mujer, yo te perdono.
Tixtla, 1834
San Remo, 1893
JUAN DÍAZ
COVARRUBIAS
Desde niño estuvo inmerso en
el ambiente cultural, pues sus
padres organizaban frecuen-
temente veladas literarias.
Al trasladarse a la Ciudad de
México ingresó al Colegio de
Letrán. En este periodo hizo
amistad con Ignacio Manuel
Altamirano y fue discípulo de
Ignacio Ramírez. Al igual que
Acuña, ingresó a la Escuela de
Medicina, en cuyo internado
habitó el cuarto número 13, el
mismo donde vivió y murió el
poeta saltillense. Lo atrajo la
doctrina liberal y publicó su
obra en periódicos afines. Al
enterarse de la inminencia de
un enfrentamiento entre libe-
rales y conservadores en Ta-
cubaya fue a ofrecer su apoyo
como médico a los republica-
nos. La batalla fue ganada por
el bando conservador, cuyos
soldados, frenéticos por la vic-
toria, ejecutaron a los oficiales
capturados pero también a
los médicos y civiles que ahí
se encontraban; Covarrubias y
su amigo Manuel Mateos esta-
ban entre ellos. Su muerte fue
lamentada por varios autores,
incluyendo a Manuel Acuña,
quien le dedicó un poema en
que lo llama “El poeta mártir”.
Xalapa, 1837
Tacubaya, 1859
Uno de los más renombrados
escritores y docentes del siglo
XIX, Altamirano nació en una
familia chontal. Hasta los 14
años ignoraba el castellano.
Hizo sus primeros estudios en
el Instituto de Toluca gracias a
una beca otorgada por Ignacio
Ramírez, El Nigromante, y fue
ascendiendo hasta lograr el tí-
tulo de maestro, que llevó con
dignidad hasta el fin. Desde su
juventud tomó parte en la vida
política del país, y combatió
durante la Guerra de Refor-
ma y la Intervención Francesa.
Fundó varios periódicos y re-
vistas. En su obra se advierte
el amor por el paisaje, por la
naturaleza, por las leyendas.
También frecuentaba las vela-
das literarias en casa de Rosa-
rio de la Peña. Fue maestro de
Manuel Acuña y apoyó algu-
nas de las sociedades literarias
en las que participaba, como
la Sociedad Netzahualcóyotl.
Fue él quien corrió a avisarle a
Rosario del suicidio de Acuña,
apenas hora y media después
de que ocurriera. Murió en Ita-
lia durante una misión diplo-
mática.
IGNACIO
MANUEL
ALTAMIRANO
Tixtla, 1834
San Remo, 1893
75
Allá va... como un átomo perdido
que se alza, que se mece,
que luce y que después desvanecido
se pierde entre lo negro y desparece.
Allá va… en su mirada
quién sabe qué fulgura de profundo,
de grande y de terrible…,
allá va, sin destino y vagabundo,
tocando con su frente lo invisible,
con sus plantas el mundo…
¿De dónde vino…?
Preguntadlo al caos
que dio forma a los seres
de su potente voz al “levantaos”;
decídselo a la nada,
que ella, tal vez, sabrá cuál fue la cuna
de ese arcángel vestido con harapos
a que llamamos hombre;
que ella, tal vez, sabrá de dónde vino
ese titán pigmeo
tan grande y tan mezquino,
¿del lodo? puede ser; pero su frente
El hombre
1869
Al señor don Ignacio M. Altamirano
Homenaje
…Où va l’homme sur la terre?
V. Hugo
76
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
está demasiado alta para el lodo;
¿del cielo? puede ser; pero la tumba,
donde concluye todo,
no dista de sus plantas más que un paso,
y si fuera del cielo, debería,
ya que tiene un ocaso,
tener también su oriente cada día.
Aborto incomprensible de la nada
que lo lanzó, destello de su abismo,
esperad, esperad a que las sombras
entre sus negros pliegues os cobijen,
que allí tal vez, escrito entre esos pliegues
encontraréis su origen…,
esperad el momento en que se os abra
negro y aterrador ante los ojos,
ese libro de sangre donde labra
la triste muerte en caracteres rojos
de sus calladas víctimas el nombre,
y allí veréis, acaso, la palabra
que os ayude a saber quién es el hombre.
Y entre tanto… allá va…
Solo… en el mundo
que tiembla con su peso de gusano
y que al mirarle se estremece y duda;
sobre la tierra inmensa
que le siente su rey y le saluda,
77
O B R A P O É T I C A
que le siente su dios y que le inciensa.
Allá va… soberano cuya frente
circunda por diadema el infinito,
monarca cuyo trono omnipotente
es el trono de mármol y granito
tallado por los buitres en la roca;
y que marcha, y que marcha dominado
lo mismo en lo que ve y en lo que toca,
desnudo y mendigando
un pedazo de pan para su boca.
Polluelo de ese cóndor de lo oscuro
que se llama el misterio,
y que sin alas y sin luz se lanza
por el supremo espacio de la idea
en pos de una esperanza...
polluelo que adormido entre la noche
sueña ver una estrella,
y enamorado de ella, y atrevido,
se escapa de su nido
creyéndose capaz de ir hasta ella;
quién sabe anoche en su delirio blando
qué luz o qué ilusión distinguiría,
en medio de esas nubes caprichosas
que pueblan, al soñar, la fantasía;
quién sabe lo que en su alma
durante la embriaguez germinaría;
78
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
pero capullo que despierta rosa
con los halagos de la brisa amante,
él, creciendo de formas en el sueño,
durmió pequeño y despertó gigante.
Y “El Universo es mío”
clamó al sentirse poderoso y fuerte,
y agitando su cráneo en el vacío,
sin escuchar la ruda carcajada
que como eco a su voz daba la muerte.
“¡Adelante —se dijo— ¡El mundo es poco
para encerrar mi espíritu… hasta el cielo!”
Y sin mirar si quiera por donde iba,
se lanzó despeñado como un loco,
con la mirada arriba… siempre arriba.
Sonámbulo que duerme y deja el lecho
al supremo mandato
de yo no sé qué voz grande y divina
que alzándose en su pecho
le sorprende y le grita poderosa:
“¡Levántate y camina…!”
Pisando aquí una espina y una rosa,
y más allá una rosa y una espina,
el hombre con un cielo de esperanzas
germinando en montón en su cerebro,
sigue a tientas y a oscuras por la senda
desde antes a sus pasos señalada,
79
O B R A P O É T I C A
soñando… y en los ojos una venda
que con sus pliegues lóbregos y espesos
le impide que comprenda
su marcha entre sepulcros y entre huesos.
Y allá va… ¡pobre niño que aún suspira
como en los dulces tiempos de la infancia!
Mas dejadle seguir, y será hombre
que haga nacer la vida del osario,
el apóstol sin nombre,
que Dios admire y que mortal asombre
lo mismo en el Tabor que en el Calvario.
Dejadle caminar, dejad que siga
el vuelo de su genio por los mares,
y mañana ese niño
será el anciano pálido y fecundo,
que, moderno criador, haga que brote
del seno de las olas otro mundo.
Allá va… con un tronco por apoyo
y un jirón miserable por abrigo,
valiente y ambicioso y soberano,
bajo su mismo harapo de gitano
y su corteza sucia de mendigo.
¿Qué busca? ni aun él sabe
lo que busca en su loco devaneo…
ni aun él acierta a definir ese algo
80
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
que le hace encontrar siempre su deseo;
pero titán del sueño que en la sombra
forja un espacio y a escalarlo sube,
él, mientras pisa en el inmundo cieno,
se duerme con el pie sobre una nube.
Soñar… ésa es la vida, ése es el puente
que entre la cuna y el sepulcro media,
el papel miserable del viviente
de la existencia vil en la comedia:
soñar un cielo en que revueltos vagan
hermosos y magníficos vapores,
la esperanza, la dicha,
la gloria y el placer y los amores.
¡Ondinas que se tienden por el aire
al despuntar la vida, allá a lo lejos
y que con ella crecen y con ella
mueren entre los últimos reflejos!
Y, hermoso cisne que en el limpio lago
agitando las olas con su pluma,
ve brotar de su juego al dulce halago
mil copos blancos de rizada espuma,
y arroja un canto dolorido y vago
al mirarlos perderse entre la bruma;
el hombre en su tristeza,
al ver rodar sus blancas ilusiones,
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O B R A P O É T I C A
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E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
sin colores, sin luz y sin belleza,
de la noche que empieza
por yo no sé qué lóbregas regiones;
suspirando y en lágrimas deshecho
ante la triste realidad que asoma,
arranca un ¡ay! terrible de su pecho,
y luego, al dar un paso, se desploma.
Atleta del dolor, de nuevo emprende
la lucha formidable
con ese gladiador de las tinieblas
que se llama el destino;
y cantando y sonriendo
para insultar la palpitante pena
que le destroza el corazón mezquino,
lanza un grito feroz y entra a la lucha…
pero, vencido al fin, rueda en la arena
que su alma es poca y su amargura es mucha.
Y entonces… cuando hambriento de placeres
soñándolos su presa,
se mira débil y abatido y solo
sobre el oscuro borde de la huesa,
recuerda el Dios a quien por darle culto
él se fingiera omnipotente y bueno;
pero al sentir dentro del alma oculto
del pesar y el dolor todo el veneno,
83
O B R A P O É T I C A
en su miseria misma
lo ve pequeño, pobre,
y cogiendo del cieno en que se arrastra
miserable reptil con su congoja,
burlándose de su ídolo, a la frente
como un supremo insulto se lo arroja.
Después… el aire de la muerte zumba
con su bramar inquieto,
el átomo vacila, y…se derrumba…
la tierra es una tumba…
el hombre un esqueleto.
Todo acabó... la noche de la nada
confundiendo en sus pliegues
todo eso grande que la mente forma
y que en el cráneo encierra,
sólo dejó al pasar, como en recuerdo,
un pedazo de tierra…
Y allí… ¿qué hay más allá…?
¿Qué encuentra el hombre
tras ese velo negro que separa
la luz de las tinieblas…?
¿Es en la tumba, acaso, donde toca,
viéndola cara a cara,
esa ilusión que en su carrera loca
convertida en vapor se le escapara?
84
E N N O M B R E D E E S E L A U R E L
¿Es allí donde encuentra los perfumes
y las notas dulcísimas y suaves,
que no pudieron darle en sus encantos
las flores ni las aves…?
O luminoso punto que camina
partiendo de la nada,
por un círculo estrecho, y que termina
su existencia mezquina
allí donde ha empezado la jornada,
¿concluye en el sepulcro
que sus despojos últimos recibe?
¿Es allí donde muere para siempre?
¿Es allí para siempre donde vive?
¡Quién sabe…! Nuestra mente
no alcanza a descifrar esos arcanos
escritos entre huesos y mortajas
por yo no sé qué fétidos gusanos…
Remueve y busca en el inmundo hueco
donde ha visto rodar un ser inerme,
y sin hallar a sus preguntas eco,
sólo ve un cráneo seco
que entre sus antros asquerosos duerme.
Y entre tanto… allá va…,
luz tenebrosa
cuyo destino y cuyo ser esconde
la impenetrable niebla del abismo…
85
O B R A P O É T I C A
Allá va… tropezando y caminando,
¡Sin comprender adónde,
sin comprenderse él mismo…!
86
Junto a una pulquería 
cuyo título es “Los Godos” 
disputaban dos beodos 
la tarde de cierto día.
Yo que pasaba por fuera 
de la taberna predicha, 
me detuve y por mi dicha 
oí la disputa entera.
—Oiga, amigo, no me abroche 
tan horrenda tontería, 
yo le digo que es de día. 
—Pos yo digo que es de noche.
—Pos yo el Sol es lo que miro 
y no hay estrella ninguna. 
—Pos yo digo que es la Luna 
y muy grandota dialtiro.
Es que asté ya se le escapa 
toditito don Perfeuto 
porque ya siente el efeuto 
del maldecido Tlamapa.
Los beodos
(Cuadro de costumbres)
1869
87
O B R A P O É T I C A
—¡Qué Tlamapa, ni qué nada! 
A mí el pulque no me aprieta. 
—Pos yo apuesto una peseta. 
—Pos yo apuesto mi frezada.
—¿Pos con quién nos arreglamos? 
—Pos con cualesquiera, vale. 
—Bueno, pero no me jale. 
—Bueno, pus entonces vamos.
Y entre diciendo y haciendo 
este par de tercos beodos, 
se salieron de “Los Godos” 
casi, casi que cayendo.
Y viendo pasar un coche 
al cochero se acercaron, 
y presto le preguntaron 
si era de día o de noche.
Pero el salvaje cochero 
movió triste la cabeza 
y respondió con torpeza: 
Señores: ¡soy forastero!
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En nombre de ese laurel II

  • 1.
  • 2.
  • 3. E N N O M B R E D E E S E L A U R E L O B R A P O É T I C A , 2
  • 4. Lic. Rubén Moreira Valdez Gobernador del Estado de Coahuila de Zaragoza Lic. Ana Sofía García Camil Secretaria de Cultura de Coahuila Lic. Carlos Flores Revuelta Director de Actividades Artísticas y Culturales Lic. Miguel Gaona Hernández Coordinador Editorial © Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza © Secretaría de Cultura de Coahuila Juárez e Hidalgo s/n. Zona Centro CP 25000. Saltillo, Coahuila de Zaragoza Correo electrónico: sec.editorial@gmail.com © Evodio Escalante © Diana Garza Islas © Ernesto Lumbreras Edición: Miguel Gaona Diseño: Estefanía Nicté Estrada Impreso y hecho en México ISBN Obra completa: 978-607-96210-6-3 ISBN Tomo 2: 978-607-96210-7-0 Saltillo, Coahuila de Zaragoza, 2013 Directorio
  • 5. Para los coahuilenses, el 2013 ha sido un año de importantes conmemo- raciones: celebramos el centenario de la firma del histórico Plan de Gua- dalupe; recordamos el 170 aniversario luctuoso del padre del federalismo, Miguel Ramos Arizpe, y asimismo el sesquicentenario de la Batalla de Puebla, en la que el general Ignacio Zaragoza cubrió de gloria a la nación y a nuestro estado. Finalmente, el 6 de diciembre, tras un año de actividades y festejos de nivel internacional en su memoria, conmemoramos el 140 aniversario luctuoso del poeta Manuel Acuña Narro. Esta publicación, EN NOMBRE DE ESE LAUREL, reúne su poesía completa y nos presenta de nuevo al autor y al personaje; es el testimonio material de la devoción y orgullo con que el Gobierno del Estado se ha planteado la celebración del saltillense, cuya existencia trágica, breve, le dio tiempo bastante para confeccionar una obra literaria imprescindible en la cultura mexicana. Esta edición no cierra, sino que abre permanentemente el homenaje y las vías de acceso a la obra de Manuel Acuña, reiterando asimismo el com- promiso del Gobierno de Coahuila por fortalecer la imagen y la calidad de vida en nuestro estado a través de la poesía, de capitalizar en beneficio de la sociedad los valores culturales que nos pertenecen. El inminente reencuentro de Acuña con los lectores representa en sí mismo un motivo de festejo, pues no sólo el poeta, sino también los que entendemos su obra como parte de nuestra identidad, vemos enriquecer con ello la generosa herencia cultural que recibimos. Sirva como regalo para los lectores del presente y del futuro la obra poética de Manuel Acuña, orgullo coahuilense y joya del siglo XIX mexicano. LIC. RUBÉN MOREIRA VALDEZ GOBERNADOR CONSTITUCIONAL DEL ESTADO DE COAHUILA DE ZARAGOZA
  • 6.
  • 7. La segunda mitad del siglo XIX, imprescindible para entender el devenir y el pensamiento del México naciente, fue la cuna del poeta coahuilense Manuel Acuña. En ella vivió de forma apresurada, casi siempre en circuns- tancias adversas, dejando tras de sí una biografía brevísima, colmada de palmas, triunfos, laureles, como expresó su amigo Justo Sierra; la promesa de un porvenir feliz que no llegó a cumplirse para él pero sí para su obra. Manuel Acuña representa un ideal romántico.Durante mucho tiempo ha sido,para el público,como la flor que espera entre las páginas de un libro para desmoronarse en nuestras manos.Sin embargo,hace falta todavía mucho más para asistir al desmoronamiento de una obra que,bien leída,tiene importantes asideros en la historia, la cultura y la imaginación de nuestra lengua. A 140 años de la muerte de Acuña, sus poemas son, todavía, nuestro or- gullo, y la clave para revalorar su historia, novelada por la imaginación colec- tiva; para entender el reconocimiento de maestros como Ignacio M. Altami- rano o Menéndez y Pelayo, y las impresionantes muestras de cariño popular que recibió a su muerte, en la Ciudad de México, a los 24 años de edad. A ello han dedicado su inteligencia, su tiempo y su talento los autores que colaboran en esta nueva edición de la obra poética de Manuel Acuña, reforjando la espada que se encontraba rota, ya fuera por la sobreexposición o por el abandono. La defensa, en algunos casos, pero, ante todo, la generosa relectura que realizan de la poesía del coahuilense, nos regala el encuentro con un autor imprescindible cuyo instante de gloria no acaba todavía, y al que el Gobierno del Estado de Coahuila ha brindado un homenaje mayús- culo llevándolo de nuevo a los reflectores internacionales en este 2013, pero, ante todo, a las manos de sus lectores para este nuevo siglo. LIC. ANA SOFÍA GARCÍA CAMIL SECRETARIA DE CULTURA DE COAHUILA
  • 8.
  • 9. Contenido 12 92 145 189 268 Manuel Acuña y los abismos del pensamiento Evodio Escalante Obra poética, 2 Poemas científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos El libro de hueso Juan de Dios Peza Ante un poema, un cadáver después Nota de Diana Garza Islas Manuel Acuña: el poeta y el suicida Ernesto Lumbreras
  • 10. EVODIO ESCALANTE MANUEL ACUÑA Y LOS ABISMOS DEL PENSAMIENTO Sobre el suelo de la tradición, la ola de las generaciones destruye y edifica, descarta y selecciona, deforma y entroniza. Lo mismo estatuye prestigios que los borra. Lo mismo encumbra venerables figuras del pasado inme- diato que las sepulta en el descrédito o en el más pavoroso de los olvidos. Hay que tener en mente el automatismo de este doble movimiento que singulariza la actividad, o si se prefiere, el activismo cultural de las gene- raciones en el momento de abordar una figura singular del romanticismo mexicano como lo es Manuel Acuña.
  • 11.
  • 12. 12 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L Me parece que incluso habría que retroceder un poco y someter a consideración nuestra visión de conjunto. Es decir: los teneres previos que se nos han heredado, aquellos en los que hemos crecido y que a menudo reciclamos sin parpadear. El movimiento romántico es esa visión de con- junto cuya valoración solicita una nueva mirada crítica. Por razones que sería demasiado prolijo explorar,pero de cuya eficacia hermenéutica existen pruebas más que sobradas, el romanticismo mexicano pasa por ser una de las etapas más discutidas, más endebles y más saturadas de defectos de toda la historia de la literatura mexicana. Se entiende de inmediato por qué. La conquista de la independencia política lograda por Iturbide en 1821 lleva- ba aparejada la exigencia de obtener una segunda independencia de tipo espiritual cuyas consecuencias habrían de sentirse en el plano de la cultura y de la creación artística y literaria. Al principal promotor de esta segunda independencia,Ignacio Manuel Altamirano,se atribuye haber declarado en una de las sesiones del Liceo Hidalgo que “así como en México había ha- bido un Hidalgo, el cual en lo político nos hizo independientes de España, debía haber otro Hidalgo respecto del lenguaje”.1 Lo anterior presupone un momento auroral. La exigencia de Altamirano implica que una literatura propiamente nacional todavía no existía, por lo que se hacía necesario pro- ceder a su constitución. La génesis o la formación de una literatura nacional precisaba un cam- bio de actitud, adoptar una nueva posición de valor. En su diagnóstico del estado de salud de las letras patrias, Altamirano no vacilaba en indicar la causa del atraso: la propensión a la imitación.La copia servil de los modelos tanto españoles como franceses nos hacía extraviar el rumbo. Observaba 1  Citado por José Luis Martínez (“México en busca de su expresión”, 1060).
  • 13. 13 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O al respecto Altamirano: “Éste no es un defecto exclusivo de nuestra actual generación literaria; es un vicio hereditario, es una manía adquirida en el colegio, o inspirada por consejeros poco ilustrados o meticulosos” (Obras completas, XII, 191). Cuando menos en una ocasión, por los términos en que lo formula, se diría que el diagnóstico de Altamirano se convierte casi en una invectiva: “Nosotros todavía tenemos mucho apego a esa literatura hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas es- pañola y francesa en que hemos aprendido” (37. Énfasis mío).2 No debe perderse de vista, por otro lado, que nuestro siglo XIX es un periodo de convulsión incesante. No bien habíamos salido de la guerra de Independencia, se dieron en intrincada sucesión las calamidades de la gue- rra civil entre liberales y conservadores, la invasión del ejército estadouni- dense que tomó la Ciudad de México, hizo ondear su bandera en Palacio Nacional y, a través de ciertos contratos de compraventa, anexionó una par- te sensible de nuestro territorio; la guerra con Francia, el fugaz imperio de Maximiliano de Habsburgo,sin dejar de contar los avatares de la República restaurada.En estas fragorosas condiciones,juzga el lugar común,era difícil que nuestros escritores se pusieran en serio a hacer literatura. Divididos entre las exigencias de la política y la supervivencia,envueltos en una lucha interminable de facciones que los inclinaba de modo inmedia- 2  No sería remoto que esta estentórea declaración de Altamirano haya sido la fuente que llevó a José Gorostiza a sostener, en semejante plan autocrítico, y utilizando palabras muy similares, que esta misma compulsión imitativa tendría que ser la causa del estancamiento del grupo de los Contemporáneos, lo que contribuye a que “[...] todavía en la actualidad, a ciento veinte años de la independencia política, la inteligencia bizca de México tenga un ojo en la tradición española y otro en la francesa, y trate de caber un poco idealmente en ellas, en lugar de esforzarse por ir haciendo, ya que no la hay, una tradición mexicana”. (Véase “Hacia una literatura mediocre”, Prosa, 154)
  • 14. 14 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L to a la diatriba y el panfleto, a la exaltación de la bandera propia y a la de- nostación de la del enemigo,mal podían los escritores mexicanos trabajar de manera fructífera en lo que se supone era lo que tenían que hacer: una litera- tura de alta calidad estética. Se diría que en el pecado llevaban la penitencia. Si bien esto obliga a los críticos y estudiosos a elogiar la actitud política de nuestros románticos, que destacan en tanto formadores de la conciencia na- cional,como contraparte estiman,de modo general,que sus esfuerzos litera- rios resultaron erráticos y poco afortunados.Tal opinión canónica, revestida de un prestigio inercial,la articula Octavio Paz en el ensayo con el que inicia Las peras del olmo (1957). No me queda más remedio que citarlo en extenso: El siglo XIX es un periodo de luchas intestinas y de guerras exteriores. La na- ción sufre dos invasiones extranjeras y una larga guerra civil, que termina con la victoria del partido liberal. La inteligencia mexicana participa en la política y en la batalla. Defender el país y, en cierto sentido, hacerlo, inventarlo casi, es tarea que desvela a Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano y a muchos otros. En ese clima exaltado se inicia la influencia romántica. Los poetas escriben. Escriben sin cesar, pero sobre todo combaten, también sin descanso. La admiración que nos producen sus vidas ardientes y dramáticas –Acuña se suicida a los 24 años, Flores muere ciego y pobre– no impide que nos demos cuenta de sus debilidades y de sus insuficiencias. Nin- guno de ellos –con la excepción, quizá, de Flores, que sí tuvo visión poética aunque careció de originalidad expresiva– tiene conciencia de lo que signifi- caba realmente el romanticismo. Así, lo prolongan en sus aspectos más su- perficiales y se entregan a una literatura elocuente y sentimental, falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis. (“Introducción a la poesía mexicana”, Las peras del olmo, 19-20) La radicalidad del dictamen de Paz, tal y como consta en las últimas líneas de la cita, podría deberse no tanto a las virtudes de una exotopía bajtiniana,
  • 15. 15 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O es decir,a un exceso de conciencia que trabajaría –dada la distancia temporal transcurrida– en favor riguroso del crítico, sino a que no cuesta demasiado trabajo llevar hasta sus extremos un lugar común aceptado por todos. Pero me pregunto, ¿se podría sostener de verdad que ni Ramírez, Altamirano, Prieto, Acuña, Flores ni Rodríguez Galván tenían “conciencia de lo que significaba realmente el romanticismo”? ¿No es esto convertirlos en unos pobres fantasmas carentes de razón y de objeto? Con todos sus altibajos, como sin duda los tuvieron, no me parece tampoco que podamos calificar- los sin más como escritores superficiales, cuando menos no a todos ellos, ni que podamos decir que estaban entregados a “una literatura elocuente y sentimental,falsa en su sinceridad epidérmica y pobre en su mismo énfasis”. No intentaré rebatir estas afirmaciones. Basta con consignarlas para dejar testimonio de una actitud extremosa que acaso sería adecuado revisar, siempre que lo que nos importe sea comprender los impulsos y los alcances que marcan el horizonte de nuestra, a veces tan calumniada, generación romántica. Si la visión de conjunto está sujeta a estas inercias de la crítica, que son producto cuando menos en parte –aventuro esta hipótesis– de la tajante reacción de ciertos poetas modernistas, quienes habiéndose iniciado como románticos tuvieron que renegar de esta estética como parte misma de su proceso de maduración, según lo indican los casos muy connotados de Ma- nuel José Othón, y sobre todo, de Salvador Díaz Mirón, quien desconoció todo lo que había publicado antes de Lascas (1901), no corre con mejor suerte la figura solitaria de Acuña. Bastaría con decir que incluso quienes se han tomado el cuidado de redactar su biografía o de recopilar su obra poética, a la hora de escribir los prólogos pertinentes o de abordar los ve-
  • 16. 16 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L ricuetos de su existencia, no han dejado de señalarle sus defectos emotivos, sus pretendidas confusiones intelectuales y hasta –por si esto no fuera sufi- ciente– sus ocasionales y también supuestas fallas de métrica y musicalidad. Sea el caso de José Rojas Garcidueñas.En su libro Manuel Acuña, poeta y hombre de su tiempo, el autor sostiene que al “pobre muchacho” de Salti- llo le tocó formarse en una época caracterizada por una extrema penuria intelectual, lo cual volvería explicables sus desaciertos y confusiones en el terreno del pensamiento.Razona de esta manera el autor del libro: “Le tocó una de las peores épocas del Colegio de San Ildefonso: aquella absoluta de- cadencia que, afortunadamente, acabó por una reforma total, la que realizó don Gabino Barreda al crear la preparatoria comtiana”(XXI). El secreto ha sido revelado. La inconsistencia de la poesía de Acuña, su falta de solidez ideológica, su nerviosa movilidad que denota ausencia de criterio, se debe- rían todas ellas a una falla escolar muy propia de la época. Como el Colegio de San Ildefonso estaba en crisis, sus egresados tenían que ser poco menos que un fraude. Rojas Garcidueñas se engolosina citando unos recuerdos de Justo Sierra, condiscípulo del poeta: Los colegiales cantábamos las canciones de guerra reformistas, urdíamos para las sabatinas toscos argumentos patrióticos en latín de seminario –¡perdón, padre Horacio; padre Virgilio, perdón!–, y todo ello andaba mezclado con jirones viejos de metafísicas escolásticas, aprendidas de coro. (XXII) La conclusión de Rojas Garcidueñas se antoja impecable: “Sobre esos ma- los cimientos no era posible edificar nada bueno,y Acuña no tuvo tiempo ni empeño en mejorarlos”.Llevado por la incuria y por su agnosticismo,“iner- me para capear los temporales y recias corrientes de una época intelectual
  • 17. A N T I G U O C O L E G I O D E S A N I L D E F O N S OG A B I N O B A R R E D A Como primer director de la Escuela Nacio- nal Preparatoria, antiguo Colegio de San Ildefonso (del que Acuña fue alumno antes de ingresar a la Escuela Nacional de Medi- cina), Gabino Barreda luchó por lograr una educación liberadora e introdujo la doctrina positivista que propugnaba Augusto Com- te, misma que él conoció en París mientras terminaba sus estudios de Medicina. La in- fluencia de dicha doctrina puede apreciar- se en distintas composiciones de Manuel Acuña, como los poemas dedicados a la Sociedad Filoiátrica e incluso en “Ante un cadáver”.
  • 18. 18 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L en violenta transformación, pronto habría de perder el timón y la brújula y su barco quedó al garete”. De cualquier forma, uno podría preguntarse, creo que con algo de sen- satez: ¿si la culpa la tuvo la escuela, por qué Justo Sierra, en lugar de malo- grarse, fue la lumbrera que fue? ¿No estaremos incurriendo en un grosero reduccionismo? Por otra parte, ¿no es esto concederle demasiada eficacia a la institución escolar? Antes y después del Colegio de San Ildefonso,Acuña era también un producto del ambiente en que vivía. De manera particular, habría que tomar en cuenta que en ese ambiente ambulaban figuras tre- mendas como Altamirano, como Guillermo Prieto, y quizá de manera to- davía más decisiva,como Ignacio Ramírez El Nigromante,quien sorprendía a propios y extraños con sus rutilantes tesis materialistas sustentadas en la Academia de Letrán, y de las que todos se hacían voces. Hay indicios muy claros de que este último personaje lo influyó muchísimo, como lo podría mostrar uno de sus poemas más celebrados por la crítica,“Ante un cadáver”. Aunque hay otros textos en los que puede documentarse la adscripción materialista del autor, como la décima que titula simplemente “Dios”, el primer texto citado no sólo es una pieza maestra desde el punto de vista literario, sino una de las formulaciones más convincentes acerca del auto- telismo y la perennidad de la materia cósmica. Nada impide pensar, más bien al contrario, que “Ante un cadáver” es la versión poética de la tesis de inspiración científica que Ramírez defendiera en la Academia y que versaba toda sobre este escueto principio: No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos.3 3  Éste fue, según la reseña de don Hilarión Frías y Soto, que Altamirano recoge, el lema que defendió Ignacio Ramírez en su discurso de ingreso a la Academia. Véase Obras completas, XIII (111-112). Ahí mismo el reseñista comenta: Ramírez dedujo “de una serie inflexible de verdades
  • 19. E S C U E L A N A C I O N A L D E M E D I C I N A Tras convertirse en Nacional –luego de haber nacido como Real y Pontificia–, la Universidad de México unió los Esta- blecimientos de Ciencias médico y qui- rúrgico, lo cual dio pie a la creación del Establecimiento de Ciencias Médicas, que sería luego Colegio de Medicina, Escuela de Medicina del Distrito Federal y, a partir de 1842, Escuela Nacional de Medicina, instalándose en el antiguo Pa- lacio de la Inquisición. Ahí habitó, cur- só sus estudios y murió Manuel Acuña, siendo prefecto del establecimiento el Dr. Manuel Domínguez, a quien el poe- ta le dedica un par de poemas donde muestra su respeto y amistad. Domín- guez fue además presidente de la Aca- demia Nacional de Medicina. D R . M A N U E L D O M Í N G U E Z
  • 20. 20 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L Tampoco pienso que la tesis ad hominem de Rojas Garcidueñas pueda sostenerse. ¿Acuña, un tipo inerme? ¿Un medroso incapaz, un desprotegido al que las exigentes musas o bien los vendavales de la época lanzaban de una orilla a la otra, como si se tratara de un trapo? No parece haber testimonios de estos supuestos bandazos en su bullente poesía. De alguna forma, José Luis Martínez se hace eco de las afirmaciones de Rojas Garcidueñas, aunque hay que reconocer que amplía, en cuando menos tres planos, el espectro de sus inconformidades. Para empezar, sos- tiene que Acuña se quedó en mera posibilidad.Al suicidarse cuando apenas contaba con veinticuatro años, Acuña habría frustrado de manera trágica la promesa del gran poeta que ya empezaba a anunciarse.Para decirlo con una metáfora de Hegel: Acuña se habría quedado en la noche de las promesas, sin pasar al día de los logros. Así lo explica José Luis Martínez en el pró- logo de su Poesía romántica: el Liceo Hidalgo “dio dos frutos, uno de ellos reducido a posibilidad, y otro con características de gran poeta: el primero era Manuel Acuña, y el segundo Manuel María Flores”. Para mala fortuna, Acuña murió, puntualiza el crítico literario, “cuando su obra iniciaba los primeros brotes seguros que presagiaban la aparición, tarde o temprano, de un gran poeta” (XVI). A esto hay que agregar una valoración general del Romanticismo que sin duda afecta también a Acuña, el más desesperado y a la vez el más precoz de sus representantes en nuestro país. Según José Luis Martínez, el romanticismo mexicano no resiste la comparación con su homólogo es- experimentales la conclusión, inaudita hasta entonces, de que la materia es indestructible, y por consiguiente eterna: en este sistema, podía suprimirse, por tanto, un Dios creador y conservador”. Es muy probable que la tesis de Ramírez se base en los descubrimientos de Lavoisier, uno de los fundadores de la ciencia moderna.
  • 21. 21 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O pañol. El nuestro –derivativo, mimético, acaso hasta titubeante– no hace sino medrar a la sombra de los logros de los poetas peninsulares, a los que en vano pretende emular. De aquí se deduce un axioma de tipo general: el mexicano es “un romanticismo frenado; nunca extrema las notas y no añade por su cuenta ningún tema propio” (XXIV).4 Al igual que Rojas Garcidueñas, Martínez también propone que Acu- ña era desde el punto de vista ideológico un desorientado, un confuso, un adolescente que habría perdido la brújula y el timón. Por eso asegura, sin titubear: “Acuña ha llegado a representar en su obra el tipo ideal del poeta estudiantil, con su peculiar indigestión científica y filosófica” (“Prólogo”, Obras: poesía y prosa, XVII).5 Aunque más peyorativo no podía ser Martínez al denunciar una pre- tendida “indigestión científica y filosófica” que mantendría colapsada la mente del poeta,ahí mismo agrega,matizando y hasta suavizando un tanto, la afirmación de que Acuña se habría quedado en una pura posibilidad ca- rente de resultados: “Tenía evidentemente un vigoroso sentido poético y un don de versificador, pero su corta vida no le bastó para madurar totalmente sus concepciones en poesía”. ¿Qué juicio le merece Acuña desde un estricto punto de vista poético? No le va muy bien que digamos.“Le faltó tiempo”, este es el dictamen de la época al que José Luis Martínez se acoge sin mayor dilación. Si el crítico se 4  Un romanticismo frenado, quiere decir, detenido, como quien aplasta el pedal del freno en el automóvil. La terminología mecánica de que hace uso Martínez es ya bastante sintomática. Pero no sólo se trata de un asunto de frenos, de cautela discursiva para evitar la aceleración; Martínez va mucho más allá cuando tajante dictamina que “no añade por su cuenta ningún tema propio”. Lo que quiere decir que le parece repetitivo y a la vez estéril. 5  Me pregunto si en el caso de que Acuña hubiera sido un clerical consumado, apegado a los dogmas de la jerarquía católica, el crítico mantendría tan tajante opinión.
  • 22. 22 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L conformara con repetir y acaso con dilatar este dictamen, no me parecería nada del otro mundo. Parto de lo que todos saben. Al suicidarse cuando contaba apenas con veinticuatro años, Acuña truncó de un golpe aquello que le reservaba el porvenir. Esto da pie a conjeturas casi infinitas. ¿Qué hubiese sucedido si Acuña hubiera vivido otros veinte años? ¿Qué obras no hubieran surgido de su talento indiscutible? ¿Qué textos esmerilados por la fuerza de la experiencia y el tesón del estilo no hubieran brotado de su numen? Estas especulaciones, empero, acerca de lo que pudo haber escrito y no llegó a escribir son completamente ociosas.Por otra parte,la existencia meteórica de Acuña, lejos de ser la excepción, no hace sino hermanarlo con algunos de los más conspicuos artistas del periodo. José María Heredia, el poeta cubano avecindado en México que todos consideran como el primer promotor del romanticismo en nuestro país, murió cuando tenía treinta y dos años. Nuestro infortunado Ignacio Rodríguez Galván, murió de fiebre amarilla en Cuba a los veintiséis. Juan José Díaz Covarrubias, poeta y pa- sante de medicina, murió fusilado en Tacubaya por los conservadores cuan- do tenía veintidós. La lista puede continuar.6 Según José Luis Martínez, al poeta Acuña le habría faltado madurar. Aunque reconoce, en términos muy positivos, la amplia variedad de metros y de formas estróficas empleadas en sus composiciones, aspecto en el que lo reconoce superior a la mayoría de sus contemporáneos, también atreve una severa censura relacionada con el métier, al afirmar que su oído literario no era muy bueno y que pueden detectarse en algunos de sus versos fallas téc- nicas relacionadas con la métrica. Cito en extenso el dictamen del crítico: 6  En el texto “México en busca de su expresión”, José Luis Martínez (1037-1038) menciona otros tantos infortunados que cayeron víctimas de la enfermedad, los asaltos de los bandoleros o las discordias civiles.
  • 23. 23 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O Su versificación revela esa misma precocidad que se advierte en sus concep- ciones poéticas. El repertorio de las formas que empleó es más extenso que los de la mayoría de sus contemporáneos y, aunque no llegó, por ejemplo, a dominar las formas estróficas más cerradas, casi nunca le faltó habilidad y soltura. En sus poemas más ambiciosos usó la silva, los tercetos y los quinte- tos alejandrinos; y sus demás poemas los compuso en sonetos, serventesios, décimas, quintillas, coplas de pie quebrado, romances octosílabos, octavillas, estrofas sáfico-adónicas y estrofas sueltas. Su oído no era muy fino y le hacía in- currir a menudo en errores en la cuenta silábica. (“Prólogo”, Obras: poesía y prosa XVII. Énfasis mío) No se trata, por supuesto, de defender a ultranza las habilidades técnicas de Acuña. ¿Fallas de oído? Acaso en alguna rara ocasión, sí, ¿por qué no? En el verso final de uno de sus mejores poemas,“A Laura”, dedicado a su amante, la también poeta Laura Méndez, los críticos agudos han señalado que hay una palabra que desdora la música del verso, una palabra que estiman más propia de la tribuna o del periodismo que de la santa poesía. Me refiero a la voz “oscurantismo”. Reproduzco la estrofa de referencia para ilustrar al lector en la prédica exhortativa a que podía entregarse Acuña: Sí, Laura... que tu espíritu despierte para cumplir con su misión sublime, y que hallemos en ti a la mujer fuerte que del oscurantismo se redime. (Obras, 62; En nombre…, I, 152)7 ¿Acaso el joven poeta debió emplear otra palabra mejor? Pero, ¿la había? “Oscurantismo”es sin duda una palabra de ideólogos y hasta de panfletistas, 7  Las citas de poemas fueron originalmente tomadas de Obras: poesía y prosa. (Para facilitar el acceso a ellos hemos añadido la ubicación de dichos poemas en la presente edición. N. del E.)
  • 24. 24 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L pero también era el término que subsumía el credo progresista e ilustrado del poeta, que lo empujaba en contra de la Iglesia y del fanatismo en todas sus manifestaciones. No me parece fácil encontrarle un sinónimo capaz de sustituirlo con ventajas. Paso a otro ejemplo. En uno de sus poemas más célebres, “La ramera”, y más del gusto del populacho, habría que agregar, también podría detectarse otra falta en contra del oído. Transcribo el ora- torio arranque del poema: Humanidad pigmea, tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea; tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la altura te olvidas de que marchas sobre lodo. (Obras, 19; En nombre…, II, 68) La expresión que subrayo me suena a un rechinido de trombones...; el mal gusto es evidente aquí. Con todo, en mínima defensa de Acuña debo recor- dar dos cosas: primero,que los románticos mexicanos, a diferencia de noso- tros, no habían educado sus oídos leyendo a las cumbres del simbolismo y de la poesía pura, llámense Mallarmé,Valéry o Juan Ramón Jiménez, que sí leyeron, por ejemplo, los poetas de la generación de Contemporáneos, que son los que marcan una pauta de excelencia para todos nosotros. Segundo, que la fealdad intrínseca del tema –una humanidad hipócrita, pigmea, que disgusta moralmente al poeta– invitaba,de algún modo,a este uso chirrian- te de la expresión. El mal gusto, hasta cierto punto, estaba justificado. Por lo demás, habiendo muerto tan joven, varios de los poemas que integran la desigual obra de Acuña no son, hay que reconocerlo, otra cosa
  • 25. 25 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O que ejercicios de estilo, trabajos de aprendizaje para afinar la pluma. Exis- te un agravante que hay que reconocer: un sector no despreciable de su producción literaria intenta moverse dentro de los esquemas de un cos- tumbrismo extraño a la idea que hoy tenemos de la poesía y que lo obliga a incorporar, sin anteponer un filtro, palabras vulgares, términos callejeros carentes de todo prestigio, frases hechas, voces comunes de la conversa- ción que no tendrían por qué parecernos refinadas. Algunos de estos tex- tos, para colmo, tienen una obvia contextura irónica. Como el poema “La vida del campo”, en el que se burla de la tradición pastoril en poesía y da a entender lo obsoleto que resultan esas prédicas trasnochadas que nos invitan a renegar de la vida citadina y a que nos regresemos a vivir en el campo, conviviendo con los rudos pero sanos campesinos y durmiendo en la proximidad de los cerdos y las vacas, como si esto representara el ideal de una vida superior, más armónica y perfecta. O como la composición titulada “Los beodos”, en la que reproduce la insensata discusión entre dos borrachos en las inmediaciones de una pulquería. Otras composiciones, mal podía dejar de hacerlo siendo romántico,cantan la vida de un persona- je de la guerra de Independencia, o bien, adoptan temas cívicos y patriotas, como la composición “Cinco de mayo”; entronizan la gloria de un liberal ilustrado como Ocampo, utilizando versos de un explicable didactismo, como cuando dice: Ya es tiempo de rasgar el negro abismo que oculta la verdad a la existencia, y cambiar por el dios del fanatismo el dios de la razón y la conciencia (Obras, 35; En nombre…, II, 96)
  • 26. 26 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L o bien simplemente constituyen salutaciones en verso a alguna asociación de médicos,como lo atestigua su texto titulado “A la Sociedad Filoiátrica en su instalación”, donde por cierto da muestras de una certera visión antiauto- ritaria que se niega a llamar reyes a quienes no son otra cosa que verdugos. Entiendo muy bien que los oídos contemporáneos exigen una distinción, y me atengo a ella: una cosa es ser un versificador, y se puede ser excelente, y otra muy distinta ser de verdad un poeta. Muchas de las composiciones que hoy conservamos de Acuña pertenecen sin ninguna duda al primer género. Hay muchos, quizá demasiados versos “de ocasión”, es cierto. Pero también es cierto que en unos pocos pero definitivos poemas sigue brillando la fuerza de su indiscutible talento. ¿Errores en la métrica? ¿Errores en el conteo silá- bico de los versos, como asegura José Luis Martínez? La acusación es grave, pero por más que reviso los textos no le encuentro justificación. Me parece incongruente que el mismo crítico que reconoce la extensa variedad tanto métrica como estrófica de las composiciones de Acuña, en las que casi no hay nadie que pueda hacerle competencia, detecte unas supuestas fallas en lo que es sin duda lo más elemental: el conteo silábico. Hubiera sido muy oportuno que Martínez pusiera al menos un ejemplo de estos errores,tan de primaria, que no los comete ni un versificador de pueblo. Como no es así, no nos queda a los lectores más que hacer conjeturas. O bien desestimar ese dictamen al que no acompaña ninguna prueba. De entrada, lo que hay que dejar muy en claro es el carácter inédito del poeta. Debe recordarse que Acuña no publicó un solo libro en vida. Su fama de poeta romántico le venía de las veladas bohemias con sus amigos artistas y de lo que publicaba en los periódicos.Esto quiere decir que Acuña no pudo cuidar la edición en libro de sus poemas,no tuvo tiempo para ello y
  • 27. 27 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O quizá tampoco interés; lo cual abre el espectro a la corrupción de los textos. Puedo decirlo con todas sus letras: no contamos con una edición crítica de la poesía de Acuña, y las que circulan tienen algunas manchas onerosas que tendrían que atribuirse a obvios descuidos de los linotipistas… o de los responsables de la edición. Entre ellas, de manera muy destacada, la que preparó el propio José Luis Martínez que es la que utilizo para redactar este ensayo. El siguiente ejemplo no me deja mentir. En el poema titulado “El hombre”, que Acuña dedica a Ignacio Manuel Altamirano, uno de sus admirados mentores, el cuarto verso presenta una anomalía. Cito el arran- que del texto para que se capte mejor el infarto métrico que quiero mostrar: Allá va… como un átomo perdido que se alza, que se mece, que luce y que después desvanecido se pierde entre lo negro y desaparece. (Obras, 23; En nombre…, II, 75) El último verso, en lugar de tener once sílabas como exige la métrica de la estrofa... tiene doce, lo cual da al traste con el ritmo y con la musicalidad. ¿Esto confirma que Acuña, un verdadero ignaro, no sabía calcular las sí- labas? No, lo que esto quiere decir es que el tipógrafo y el editor estaban pestañeando cuando pasaron por el verso. Lo puedo decir abusando de la retórica: el error no es de Acuña sino de José Luis Martínez, que agregó sin darse cuenta una sílaba de más, o que repitió sin reparar en ello un error anterior que se pierde en la oscuridad de los tiempos. Muy simple: en lugar de desaparece, el verso debió decir desparece. Basta este cambio ligerísimo que elimina una “a” para que la métrica del endeca-
  • 28. 28 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L sílabo quede restituida y todo vuelva a su lugar. ¿Y cómo sé yo que esta es la opción correcta? No sólo por sentido común, sino porque unas páginas atrás el mismo Acuña había redactado este otro endecasílabo que puede servirnos de modelo: “que hasta la infamia misma desparece” (“A la Socie- dad Filoiátrica...”, Obras, 5; En nombre…, II, 64).8 No es pues que Acuña, reprobado por Pitágoras, no supiera contar: es que las ediciones de sus textos exhiben descuidos que sería cruel atribuir a una falta o un exceso de inspiración. Estos descuidos infestan no sólo sus poemas, sino incluso su única obra de teatro, El pasado, por la que recibió unos laureles de reconocimiento, también incluida por José Luis Martínez en la edición que menciono. Doy un ejemplo de diálogo dislocado, carente de sindéresis, que pasó inadvertido para el editor: “DAVID: Tú no eres tan miserable para dejarte vencer por la preocupación. MANUEL: Prescindo del qué dirán”. Léase con cuidado: no hay enlace entre un parlamento y el otro.La errata salta a la vista.En lugar de “preocupación”el texto debe decir “murmuración”, que es la palabra que vuelve a emplearse más tarde en la 8  Otro poema en el que surge a primera vista un aparente problema métrico es el que se titula “Ocampo”. Este texto rima “fulgores” con “condores”. La última palabra, en un uso que no estimo arbitrario, y que podría documentarse en otros poetas del siglo XIX, es para Acuña (cuando menos en este contexto) una palabra grave. Sólo de esta manera puede existir una rima consonante entre los términos mencionados que constituyen cada uno de ellos final de verso. El tipógrafo, o bien el editor, o los dos juntos, al dar por buena la acentuación esdrújula de la palabra, y transcribir “cóndores” en lugar de “condores”, arruinan no sólo la rima sino también la métrica del endecasílabo. La “Oda” dedicada a la muerte del Dr. José B. de Villagrán, documenta otro verso corrupto. “Sigue viviendo aún en el ocaso”, tendría que decir el endecasílabo; los tipógrafos añaden una palabra totalmente ociosa que desarticula la métrica, por lo que el verso queda así: “Sigue viviendo aún en el mismo ocaso” (Obras, 98; En nombre…, II, 135). Muy parecido es el caso del verso “ni la pálida nube que importuna” de la “Oda” que Acuña dedica a la notable poeta cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda; el descuido del editor rompe el endecasílabo al transcribir “ni la pálida nube que inoportuna”. Aquí lo único “inoportuno” ha sido el descuido del editor (Obras, 133; En nombre…, II, 203).
  • 29. 29 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O página 318, y la que exige el contexto del diálogo que he citado. Manuel asegura que él prescinde del qué dirán, esto es, de las murmuraciones de la gente. Por supuesto que sería una aberración que con base en este obvio error de tipografía los críticos concluyeran que Acuña desconocía los rudi- mentos de la sintaxis. La fama de Acuña se debe al “Nocturno” (a Rosario). En este texto se traban el impulso amoroso, llevado hasta la exasperación, la nostalgia por el solar natal, y su conocida obsesión por el suicidio, que no era sólo una pose literaria,como podría llegar a pensarse,sino el eje ciertamente macabro sobre el que giraba su atormentada cosmovisión. Pocos poemas tan citados y tan maltratados como éste, que además ha dado lugar –como una prolongación a menudo aberrante de su fama– a innumerables imitaciones y parodias. Su música es pegajosa y su sentido ha sido calificado por muchos como intras- cendente y banal. Según un crítico destacado “carece estrictamente de au- téntico temblor lírico; sus versos están desprovistos de belleza formal”(“Pró- logo”, Poesía romántica, XIII). El suicidio de Acuña, pocos meses después de conocido el poema, le otorga un aura adicional: con él Acuña se despide a la vez del amor,de la literatura y de la vida. Hay además un facilismo discursivo en él que aborrecen los críticos. No es extraño que muchos piensen que se trata de un texto retórico y superficial, carente de médula pero también de forma artística. Nada más fácil que tacharlo de cursi y sensiblero. El poeta y crítico Marco Antonio Campos, en un estudio reciente en el que invita a una revaloración, ha escrito: El “Nocturno”, leído a partir del suicidio, ha impedido leer con ojos críticos la poesía de Acuña y ha dejado una imagen maltrecha de un poeta de corazón oscuro y de alma rota que por otras vías consiguió lo que en vida le fue negado:
  • 30. 30 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L que Rosario fuera suya en el infinito vacío de la posteridad.(Manuel Acuña,La desdicha fue mi Dios, 31)9 Empero, la extraña permanencia del poema en nuestra memoria literaria, algo ha de significar. Por eso el mismo Marco Antonio Campos se pregunta (y le pregunta al lector) en seguida: […] ¿de veras usted cree que el “Nocturno”, con su sortilegio rítmico, con su sinceridad desgarrada y con esa continua conciencia pavorosa que crea en el lector de la próxima precipitación del joven poeta al fondo del abismo, usted cree, de veras, que el poema es cursi?10 Ésta es la acuciante pregunta que formula al aire Campos, y a la que los renglones que siguen no quieren ser sino una contestación. Sí, sin duda es un poema sensiblero y cursi,empalagoso e infestado de lugares comunes,sin embargo, a pesar de los pesares, sigue siendo un poema sumamente efectivo. Quiero decir que no puede uno leerlo despacio y no acabar sintiendo esca- lofríos. La superficialidad del texto es sólo aparente, un resultado de la facili- dad retórica que transpira. El texto, de hecho, encierra complejidades que han pasado inadvertidas incluso por críticos competentes. Sin dar un solo antecedente, de modo abrupto e inesperado, Acuña introduce en el poema 9  Esta edición de Campos recoge un texto de José Martí del que reproduzco tres líneas: “Hoy lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo su ‘Nocturno a Rosario’, página última de su existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en aquel quejido de dolor”. 10  En otro estudio de eminente naturaleza historiográfica, el propio Marco Antonio Campos sostiene: “La pieza supera todos sus defectos, sobre todo de cursilería profusa, de pobreza de lenguaje y de rimas comunes”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 40; En nombre…, I, “Manuel Acuña en Ciudad…”, 60).
  • 31. E D I C I O N E S D E S U O B R A : 1 8 8 5 / 1 8 9 8 / 1 9 4 9 / 2 0 0 0
  • 32. 32 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L la densidad del sueño. Empieza a ver visiones: imagina la ceremonia ma- trimonial, ahí, en el terruño; a la vez que se le aparecen jirones de la amada provincia en la que transcurrió su infancia. La imagen de su madre se in- corpora a esta visión del deseo cumplido para santificar esta unión que es también de modo enfático un retorno al solar natal, siempre añorado por el poeta. Tan se trata de un sueño, que se atreve a llamar a Rosario “mi santa prometida”. Se supone que el verso molestó a la mujer de carne y hueso, quizá con razón, pero la expresión sólo tiene sentido si se entiende que el poeta tuvo un sueño y que Rosario jugaba en este sueño el papel de la novia aquiescente. Es a esta mujer del sueño a la que se refiere Acuña. La ominosa presencia de la madre, cuyo cuerpo parece interponer- se entre la pareja de recién casados, ha sido interpretada como una trama edípica no resuelta por el autor. Es fácil ridiculizar esta presencia que por supuesto daría al traste con la relación amorosa, al menos desde la perspec- tiva moderna en la que nos movemos. Pero quizá se trata de algo más. José Rojas Garcidueñas ha observado que: Por debajo de los gestos arrebatados del romántico vivía el muchacho sencillo, anheloso de regresar a la burguesa medianía de su pequeño y sosegado mundo familiar, fuera del cual todo le resultaba oscuridad, tristeza y desorientación. (Manuel Acuña, poeta... XXI) Si lo que se escucha en el poema es la nostalgia por el solar natal y por el ambiente de la familia a la que había abandonado para venirse a estudiar a la capital, los rasgos edípicos quedan un tanto relativizados. O agigantados, como podrían decir Deleuze y Guattari,pues no es la madre el objeto parti-
  • 33. O B R A S R E L A C I O N A D A S
  • 34. 34 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L cular del deseo, sino el bloque familiar en su totalidad.11 De este apego casi desmesurado a la familia profesado por el autor, y en especial, a la figura de los padres,hay prueba en otros poemas.Baste constatar el sentido texto que escribe Acuña con motivo del fallecimiento de su padre, al que ni siquiera puede acompañar durante su sepelio,para advertir hasta qué punto los lazos de familia eran en él especialmente fuertes. Esto me lleva a sugerir que si el padre no estuviera por entonces muerto, el “Nocturno” no sólo aludiría a la madre, sino de igual manera al padre, lo que quizás escandalizaría por partida doble a los lectores de hoy. Transcribo dos de las estrofas más conocidas del poema: ¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo, los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho, y en medio de nosotros, mi madre como un dios! ¡Figúrate que hermosas las horas de esa vida! ¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así! 11  Según Marco Antonio Campos, una lectura atenta del “Nocturno” tendría que desplazar la importancia de la mujer amada: “Si se analiza bien el ‘Nocturno’ se percibirá una segunda lectura donde Rosario pasa a un segundo plano. Es un poema de la culpa: el hijo no ha vuelto al terruño ni ha visitado a su madre en ocho años”. (Véase Manuel Acuña en Ciudad..., 41; En nombre…, I, “Manuel Acuña en Ciudad…”, 62).
  • 35. 35 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O Y yo soñaba en eso, mi santa prometida, y al delirar en eso con la alma estremecida, pensaba yo en ser bueno, por ti, nomás por ti. Para que no quede duda de que lo anterior es una visión fantástica,producto de los delirios o las imaginaciones del personaje, Acuña escribe en seguida: “¡Bien sabe Dios que ese era/ mi más hermoso sueño...!”Mas como la espe- ranza queda trunca, y como a sus fulgores “se opone el hondo abismo/ que existe entre los dos” el poeta decide despedirse de todos y de todo. “Adiós por la vez última”, exclama, y así se despide con un solo gesto, que resultará trágico, del amor, de la poesía y de la vida. Este poema de Acuña ha tenido la suerte (o la desgracia) de merecer múltiples parodias,muchas de ellas ridiculizando su contenido y su dicción. Toda parodia es, sin embargo, bivalente e implica también un homenaje oblicuo. José Luis Martínez incluye en su edición de las poesías de Acuña un “Apéndice” en el que recoge varias de estas parodias escritas en el siglo XIX. Por alguna extraña razón, deja fuera del catálogo la única verdadera- mente memorable, quiero decir, la única que tiene un auténtico valor artís- tico: la que escribiera Eduardo Lizalde con el título de “Para una reescritura de Acuña”, y que incluyera en su libro Al margen de un tratado, publicado en la década de 1980. Que uno de los poetas mexicanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX haya escrito este texto, es un indicio que lleva a pensar que el romanticismo exacerbado de Acuña es algo más que un ejemplo de cursilería trasnochada (Nueva memoria del tigre, 267-268).
  • 36. 36 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L Es curioso, pero Acuña no cesaba de anunciar su suicidio. Registró tal cantidad de alusiones, unas veces abiertas y otras veladas, en poemas del más diverso talante, que puedo asegurar que se trataba de una obsesión. Acuña no desaprovecha oportunidad para declarar su disgusto con la exis- tencia y para sostener la inminencia de su partida. Varias veces se considera a sí mismo como un muerto,como un cadáver viviente,carente de objeto en esta tierra. Otras, afirma que hay en él el valor para cortar los lazos que lo ligan a la existencia terrenal. En otras tantas, producto de una imaginación macabra, a la que no es ajeno, sin embargo, un poeta enorme como Rilke, imagina de plano lo que sería una vida de ultratumba. El muerto, amorta- jado en su sepultura, se da todavía aliento para emprender nuevos viajes en compañía de la amada. Comienzo con uno de sus poemas más logrados: los tercetos “A Laura”. Se trata de una sentida exhortación a que la amiga cumpla con el destino de poeta que la vida le ha deparado.La escritora tiene un talento enorme y sería muy cruel que lo desperdiciara o que lo dejara languidecer. A mayor talento, mayor responsabilidad. Laura está obligada a escribir, a seguir adelante, a referirle al mundo sus experiencias siderales. Prohibido abandonarse ni a la incuria ni a las estrecheces de algún oscurantismo. Pues bien, el terceto con el que se abre la composición contiene una enfática cuanto inusitada decla- ración en primera persona, en la que Acuña declara, para darle mayor peso a sus ideas,que se lo dice alguien que “encierra en su pecho/ valor para romper el yugo necio/ de las preocupaciones de la tierra”.Que yo sepa,los críticos no han advertido la importancia estratégica de esta declaración. En el poema “Gracias”encuentro una doble toma de posición. Por una parte el poeta se declara muerto: “Yo que hace tanto tiempo que no llevo/
  • 37. 37 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O más que luto y tinieblas en el alma”. El de la voz cree en la verdad de lo que dice, por eso insiste aportando un nuevo matiz: “que mi espíritu muerto ya no espera”. Hasta aquí se diría que se trata de una muerte simbólica, decla- rada en palabras por alguien que todavía tiene aliento. El “muerto en vida” sigue estando vivo, y por eso puede hablar de su “espíritu muerto”. De otro modo no sabríamos nada de él. La segunda toma de posición, por increíble que parezca, avanza un paso en el abismo, desbordándose en lo inverosímil. Ahora el poeta se asume realmente como muerto. Si la niña de sus amores solicita su consuelo, él acudirá presto a consolarla… sí, pero desde el rei- no de sombras de los muertos. Aparece aquí con toda claridad la referida visión escabrosa de ultratumba que impregna una parte de su poetización. Demuestro lo anterior citando el fragmento final de este poema tramado en endecasílabos: […] llámame entonces, y a tu blando lecho, mientras que tú dormitas y descansas yo iré a velar tranquilo y satisfecho y a encender en el fondo de tu pecho la estrella de las dulces esperanzas; llámame… y cuando en vano tiendas la vista en tu redor sombrío, yo iré a llevarte en el consuelo mío los besos y el cariño de un hermano. (Obras, 66; En nombre…, I, 155) La destinataria del poema estará imposibilitada para descubrir con su vista el cuerpo de su amigo, por eso tenderá la vista en vano… sin encontrar a
  • 38. 38 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L nadie, por la sencilla razón de que el amigo estará ahí, auxiliándola, conso- lándola, pero en calidad de espectro, de alma en pena salida de una tumba. Esta novelería de ultratumba es todavía más complicada en el poema “Re- signación”, que parece escrito a partir de una ruptura amorosa. ¿La destina- taria es Laura Méndez? Nada permite decirlo con certeza. El texto dice así: Los dos hemos concluido, y de tristeza y aflicción cubiertos, ya no somos al fin sino dos muertos que buscan la mortaja del olvido. (Obras, 74; En nombre…, I, 164) Esta toma de posición ya la conocíamos; la novedad es que ahora se trata de una posición compartida, de una mortandad a dos.Tanto ella como él están muertos. La imaginación tétrica de Acuña no se resigna con ello. Aunque fallecidos, aunque tendidos en el sepulcro, continúan empero con sus aven- turas, como si fuera posible vivir una vida más allá de la vida, descubriendo con ello regiones inesperadas del cosmos. Espíritus intangibles pero a la vez voluntariosos,emprenden un vuelo hacia el fondo del mundo sideral.Exhor- ta el poeta: […] lancémonos entonces a ese mundo en donde todo es sombras y vacío, hagamos una Luna del recuerdo si el Sol de nuestro amor está ya frío; volemos, si tú quieres, al fondo de esas mágicas regiones, y fingiendo ilusiones y placeres,
  • 39. 39 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O y fingiendo esperanzas e ilusiones, rompamos el sepulcro, y levantando nuestro atrevido y poderoso vuelo, formemos un cielo entre las sombras, y seremos los duendes de ese cielo. (Obras, 76; En nombre…, I, 167)12 Otro texto, “Dos víctimas”, también aborda el suicidio de un par de novios frustrados, pero ahora lo hace desde una perspectiva jocosa, quitándole toda seriedad al asunto. En otro retoma el tema de la madre ausente: “Mi madre, la que vive todavía/ puesto que vivo yo” Este extraño verso quizá contenga una referencia velada a su suicidio próximo: puesto que ahora vivo. ¿Insinúa que la madre también morirá tan pronto como él desaparezca, y ya no pueda evocarla? En este mismo poema se reitera en otro tono la noción, sin duda patética, del poeta muerto en vida: Mi alma es como un santuario en cuyas ruinas, sin lámpara y sin Dios, evoco a la esperanza, y la esperanza penetra en su interior, como en el fondo de un sepulcro antiguo las miradas del Sol (Obras, 85; En nombre…, I, 177)13 En un soneto de 1873, el año de su muerte, se lee esta conclusión que reitera lo que ya sabemos: “si la vida a los goces es ajena,/ mejor es el sepulcro que 12  Si se me permite parodiar un poco la terminología de Deleuze-Guattari, diría que en ese verso de Acuña se anuncia el devenir-duende de los amantes, el convertirse en trasgos del más allá. 13  Encuentro aquí una alusión al persistente ateísmo de Acuña: “Sin lámpara y sin Dios”. Adviértase que el poeta se define a sí mismo incorporándose a la imagen de un sepulcro antiguo.
  • 40. 40 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L la vida”(Obras, 115; En nombre…, II, 176). Para septiembre de ese mismo año, ya se está despidiendo de la vida, como lo demuestra su poema “Adiós”. En este texto declara premonitoriamente: Mañana que termine mi vida oscura y breve, ya sólo tus recuerdos palpitarán sobre él. (Obras, 118; En nombre…, I, 182) También de 1873 son dos sonetos que dedica a su amiga Rosario de la Peña. El primero se llama “A una flor”, y es una especie de carpe diem invertido. Transida de dolor por una pérdida de la que no sabemos nada, la mujer ha caído en una depresión espantosa. Es esto, al menos, lo que se adivina en el texto. La reacción del poeta consiste en decirle que no es justo que cuando apenas se entreabría el broche de su existencia, se doblegue abatida y sin ganas de continuar viviendo.“Resucita y levántate”, le dice. Su actitud mor- tecina es injusta con el Sol que ilumina su vida: “Injusto para el Sol es tu reproche,/ que esa sombra que pasa y que te ciega,/ es una sombra, pero aún no es la noche”(Obras, 119; En nombre…, I, 184).14 Rudo contraste: el poeta que ya desde hace mucho se siente un cadáver en vida, le exige a la mujer que recobre el buen ánimo y que disfrute de los dones de la existencia, prodigados de modo simbólico por la presencia del padre Sol. La contraparte, o cuando menos el complemento funerario de este texto,es el siguiente soneto que el propio Acuña habría escrito en el ál- 14  Cabe la posibilidad que este último verso se haya corrompido en el proceso de impresión, pues se aparta de manera notoria del ritmo endecasilábico del texto. La restitución del verso al ritmo indicado daría: “es una sombra, pero no es la noche”.
  • 41. 41 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O bum de versos de su amiga. Se trata de una nueva despedida, o mejor dicho, de un nuevo anuncio de que pronto ya no estará en compañía de los vivos. Rosario no sólo ha declinado la declaración amorosa del poeta; también ha rechazado,al parecer de modo cortante,los laureles que Acuña había recibi- do en ocasión de la triunfal puesta en escena de su obra de teatro El pasado, y que el poeta a su vez había tratado de poner sin éxito en las manos de su adorada amiga.Este último y drástico rechazo es el asunto del soneto. Acu- ña le insiste que acepte los laureles, que los tome, que ellos habrán de ser el único recuerdo en el quebranto que le producirá su ausencia, anunciada por enésima ocasión sin que la dama se dé por enterada. Nuevo prodigio de la imaginación ante mortem, vale la pena reproducir el soneto: A Rosario Esta hoja arrebatada a una corona que la fortuna colocó en mi frente entre el aplauso fácil e indulgente con que el primer ensayo se perdona. Esta hoja de un laurel que aún me emociona como en aquella noche, dulcemente, por más que mi razón comprende y siente que es un laurel que el mérito no abona; tú la viste nacer, y dulce y buena te estremeciste como yo al encanto que produjo al rodar sobre la escena; guárdala, y de la ausencia en el quebranto, que te recuerde, de mis besos llena, al buen amigo que te quiere tanto. (Obras, 120; En nombre…, I, 193)
  • 42. 42 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L Todavía el poema “La gloria”,extensa composición de cuatrocientos cuaren- ta versos, teje de nuevo el tema del desdén amoroso que esta vez enmascara a través de dos personajes, Pablo, el poeta desdeñado, y Elena, encarnación de la mujer que alguna vez, así sea en un momento de ofuscamiento o de debilidad,le dispensó al poeta la miel de sus favores (no supongo nada,así lo indica el texto muy a la letra:“De manera que Pablo,que en su anhelo/ espe- raba soñando con el cielo,/ que su amante por fin le volvería/ todo el cariño y la pasión de un día”) y que ahora por el contrario desdeña incluso la corona que éste le ofrece, la corona que se había otorgado a esa obra que ella vio nacer (expresión de cierto modo comprometedora,podría pensarse: ¿indicaría esto que Acuña tramó la obra dramática de referencia en casa de su amiga,y bajo su mirada?), termina con una nueva despedida. Dado que la mujer rechaza la corona, el poeta optará, remedio heroico, por... ¡mandarle su alma! (en el entendido de que a ésta no podrá rechazarla). ¿Podía haber otra alusión más clara a su suicidio próximo?15 Quizás el valor artístico de “La gloria. Pequeño poema en dos cantos” no tenga especial relieve. Lo menciono empero porque creo encontrar en él una clave inadvertida acerca de su suicidio trágico: que la dama de referen- cia, más allá de lo que ella misma se empeñó en divulgar entre sus conoci- dos, habría cedido alguna vez a los reclamos del pretendiente, para recobrar luego una fría distancia que acaba por propiciar el derrumbe del escritor. La obra maestra de Acuña, “Ante un cadáver”, no tiene nada que ver empero con los arrebatados deliquios de la poesía amorosa. Se trata del poema riguroso, científico del autor, para más señas un estudiante de medi- 15  “Pablo, pensando en la que estaba ausente,/ en lugar de un laurel, ¡le mandó el alma!” (Obras, 203; En nombre…, I, 246).
  • 43. I C O N O G R A F Í A
  • 44. 44 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L cina en el que las ideas de los ilustrados, a los que se acercaba, habían pro- ducido un poderoso efecto, grabándose en su pensamiento con una notable fuerza de convicción. Menéndez Pelayo, que conoció ese texto, se desvivió en elogios hacia él. La visión de Acuña le pareció tan audaz, tan convin- cente y plena en su circularidad, que creyó encontrarle un parentesco con las filosofías de Leibnitz y de Hegel. Algunos comentaristas señalan su cercanía con Lucrecio, aunque no sería nada extraño que el ideologema de fondo derivara de modo directo de Lavoisier, quien habría llegado a esta sintética conclusión que quizás el día de hoy continúa siendo motivo de escándalo entre ciertas conciencias: “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Como se sabe, éste es el axioma materialista de la ciencia moderna, y es el axioma que Ignacio Ramírez, El Nigromante, había proclamado en su discurso de ingreso a la Academia de Letrán,como mencioné al principio de este trabajo.16 Todo indica que Acuña, un poeta al que no le iban las medias tintas, hizo suyas las ideas más radicales del sector ilustrado de su época, y que a esta radicalidad se debía en gran parte su innegable popularidad.17 Cuando hablo de su radicalismo ideológico, no me refiero sólo a su concep- ción atea del universo, de la que hay suficientes pruebas en varios pasajes de su obra, ni a su notoria simpatía por algunas de las figuras más destacadas dentro del liberalismo de la época, como Ocampo o el mismo Ignacio Ma- nuel Altamirano, sino incluso a su visión sumamente crítica de lo que por 16  Véase nota 3 acerca de los efectos del discurso de Ignacio Ramírez. 17  Una prueba de ello es la multitud apoteósica que acompañó al cuerpo de Acuña al cementerio de Campo Florido, en el que desfilaron más de 30 carruajes. En el cortejo iban varias de las figuras mayores de la literatura mexicana de la época: Altamirano, Riva Palacio, Luis G. Ortiz y, por supuesto, Justo Sierra, quien despidió al amigo recitando unos versos.
  • 45.
  • 46. 46 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L entonces se llamaría el problema social. Un claro testimonio literario de ello lo tenemos en su famoso poema “La ramera”y en la celebrada obra de teatro El pasado, que aunque no tratan exactamente del mismo tema, exhiben una simpatía por los caídos, por los orillados de la sociedad. Enfrentando la moral hipócrita de la época, haciendo burla incluso del moralismo estrecho de la alta sociedad, Acuña encuentra que la prostituta no sólo no es una figura reprobable, sino que es la víctima de una sociedad enferma que primero mancilla a la mujer y después se asusta de lo que ella misma le ha hecho. En el poema “La ramera”, Acuña articula una voz de protesta social, impregnada de romanticismo, es cierto, y hasta de un patetismo que aho- ra parece ingenuo pero que en su momento tuvo una enorme efectividad. ¿Piedad para los humillados? ¿Conmiseración? Sí, puede ser, pero también una visión de escándalo,un arrojar en cara a la sociedad hipócrita esa misma hipocresía vuelta conciencia de sí. Ahora podemos intuir por qué los versos de Acuña causaban revuelo y conmoción: ¡Pobre mujer, que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio, en lugar de una mano que la salve siente una mano que le impele al vicio. (Obras, 19; En nombre…, II, 68) Los filósofos mienten, son los apóstoles engañosos de la idea, pues ellos no sólo no comprenden el sufrimiento de la prostituta, sino que han contri- buido a hundirla en el fango. Para que el contraste sea más brutal, el poeta propone un cambio total: se trata de una reversión que va del ángel a la pros- tituta, del ser alado y celeste... a la mujer que rueda enfangada en el pecado:
  • 47. 47 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O ¡Te acuerdas...! Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello, y arrojándole al hambre, sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo: ¡Le transformaste de ángel en ramera! (Obras, 21; En nombre…, II, 70) Después de este dicterio, y por si no bastara, el poeta lanza una maldición que seguro cimbró a las buenas conciencias de su tiempo: “¡Maldito tú que pasas/ junto a las frescas rosas,/ y que sus galas sin piedad les quitas!” Aunque la heroína de El pasado no es una prostituta, es considerada como tal por la clase burguesa debido a que, siendo sumamente pobre, tuvo la debilidad de entregarse a un hombre mayor a cambio del dinero con el que compraría las medicinas para curar a su madre enferma. La madre, de cualquier modo, muere, como mostrando con ello la inutilidad del sacrificio de la hija, y para acentuar también de modo romántico lo tremendo y lo in- justo de la situación. La mujer, de nombre Eugenia, se enreda con un pintor que se enamora de ella sin importarle estos turbios antecedentes, y que se la lleva con él a Europa durante cinco años en que se dedica a perfeccionarse como artista. El drama comienza al regreso de la pareja, que es por supuesto objeto de intrigas y murmuraciones de alguien que en el fondo no quiere sino volver a gozar de los favores de la mujer. Acuña convierte con gran habilidad este asunto de costumbres en una invectiva en contra del orden social en su conjunto. La tesis, de algún modo incendiaria del autor, la co- nocemos a través del parlamento de David, del que ahora transcribo unos fragmentos:
  • 48. 48 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L […] ¡Yo no condeno como la sociedad al presidiario que ha robado un pedazo de pan para sus hijos,yo no condeno a la pobre mujer sin educación y abando- nada, que el día que se muere de hambre se vende en el vértigo de la miseria, por unas migajas de mendrugo!... Yo a quien condeno es a la sociedad que no da trabajo al artesano!… ¡Al que no educa a la mujer!…¡Al que la compra! ¡Yo a quien condeno es a la sociedad que se enfanga y después se asusta de sí misma!… ¡A esa madre que arroja a sus hijos en el albañal y que después no quiere reconocerlos! (Obras, 296) Su adscripción materialista, lo que Menéndez Pelayo llama “el novísi- mo sentido de las escuelas naturalistas”, campea en sus composiciones de manera que se podría decir casi sistemática. Acuña es un ateo consuma- do, lo que sin embargo, como he subrayado antes, no le impide elaborar tortuosas visiones de ultratumba. En un texto de 1869 parece admitir la existencia de Dios, pero no lo hace sino a través de una torsión retórica que concluye afirmando la divinidad del amor. El poema titulado “Amor” así lo certifica: Amor es Dios, el lazo que mantiene en constante armonía los seres mil de la creación inmensa; y la mujer la diosa, la encarnación sublime y sacrosanta que la pradera con su olor inciensa y que la orquesta del Supremo canta. (Obras, 227; En nombre…, I, 126) En “Hojas secas”, otra de sus composiciones, sostiene enfático, hablándole a la amada: “En Dios le exiges a mi fe que crea,/ y que le alce un altar den-
  • 49.
  • 50. 50 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L tro de mí./ ¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea/ para que yo ame a Dios, creyendo en ti!” (Obras, 181; En nombre…, I, 212). Más allá de estas sublimaciones amorosas, la verdadera posición del poeta ante el asunto de Dios queda registrada en la siguiente décima titu- lada precisamente “Dios”. Sublime y oscuro mito, hijo del miedo del hombre que en todas partes tu nombre imagina ver escrito, si tú eres el infinito y es infinita tu esencia, si, mostrando tu existencia, todas las formas revistes, ¿por qué, si es cierto que existes, no existes en mi conciencia? (Obras, 235; En nombre…, II, 154)18 “Ante un cadáver”es una enfática meditación naturalista, inspirado sin duda por los descubrimientos de la ciencia moderna. El escenario inicial es el de la mesa de disecciones, lugar donde el cadáver, convertido en objeto, queda sometido a la minuciosa inspección del escalpelo de los estudiantes de me- dicina, quienes vulnerando el secreto de la existencia, exponen y analizan cada una de sus piezas, como si se tratara de un frío mecanismo de relojería. El presupuesto inmediato son las conquistas de la ciencia, que ensancha constantemente el horizonte del saber, eclipsando los viejos velos de la su- perstición y la fábula, que mantienen al hombre sumido en la ignorancia. 18  La versión que transcribo, empero, es la que da por buena Francisco Castillo Nájera (Manuel Acuña).
  • 51. 51 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O El presupuesto mediato: la visión de la naturaleza como una fuerza vital inmanente, que no cesa de renovarse y de dar nuevos brotes dentro de la infinidad de un círculo que puede suponerse eterno. El sentido militante del texto se torna patente desde los primeros versos. Acuña forma filas entre los ilustrados, está convencido de que su tarea es combatir las cadenas de la credulidad y del oscurantismo que mantienen encerradas en un calabozo a las conciencias de su tiempo. El grito del saber y el de la libertad son uno y el mismo. Tan es así, y de modo tan absoluto, extremando las cosas, que la muerte misma es concebida como una liberación: ¡Y bien! Aquí estás ya... sobre la plancha donde el gran horizonte de la ciencia la extensión de sus límites ensancha. Aquí donde la rígida experiencia viene a dictar las leyes superiores a que está sometida la existencia. Aquí donde derrama sus fulgores ese astro a cuya luz desaparece la distinción de esclavos y señores. Aquí donde la fábula enmudece y la voz de los hechos se levanta y la superstición se desvanece. (Obras, 92; En nombre…, II, 129) La construcción anafórica, tan de su predilección, enfatiza la gloria de esta liberación gracias a la cual el ser mortal puede ya fundirse en el ser impere- cedero de la naturaleza, esa nueva diosa ensalzada por la ciencia a la que el poeta rinde tributo: “Aquí estás ya... tras de la lucha impía/ en que romper
  • 52. 52 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L al cabo conseguiste/ la cárcel que al dolor te retenía” (Obras, 92; En nom- bre…, II, 130). Aquí Acuña proyecta un platonismo sincero, con el que sin duda comulga: todo ser humano, según esto, libra una lucha desigual pero quizá también condenada desde el punto de vista moral (y por eso la llama lucha impía) por liberarse de la prisión del cuerpo que lo ata a la rueda de sufrimiento.Todos,empero,tarde que temprano,habremos de salir victorio- sos de esta confrontación, lo que nos permite reintegrarnos al seno natural, fuente eterna de vida. Por eso concluye Acuña sin ninguna dubitación: La tumba sólo guarda un esqueleto, mas la vida en su bóveda mortuoria prosigue alimentándose en secreto. Que al fin de esta existencia transitoria a la que tanto nuestro afán se adhiere, la materia, inmortal como la gloria, cambia de formas; pero nunca muere. (Obras, 95; En nombre…, II, 133) A Marcelino Menéndez Pelayo esta composición le parece “una de las más vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nues- tros tiempos”. A diferencia de algunos críticos mexicanos, que piensan en Acuña como un poeta confuso e inconsistente, falto de solidez y carente de bases firmes, Menéndez Pelayo escribe en el prólogo de su Antología de poetas hispanoamericanos (1893) lo que es para mí el más alto de los elogios que ha merecido el saltillense: Acuña era tan poeta que hasta la doctrina más áspera y desolada podía convertirse para él en raudal de inmortales armonías. Sentía aquel mismo
  • 53. 53 L O S A B I S M O S D E L P E N S A M I E N T O género de embriaguez naturalista que es el alma de la inspiración de Lucrecio y de la de Diderot en su Sueño de D’Alembert. La materia no concebida me- cánicamente sino de un modo dinámico, y abarcándola en toda la plenitud y complejidad de su desarrollo y evoluciones, no es sujeto refractario a la poesía, y puede existir y existe sin duda un género de monismo poético, que tiene de poesía lo que tiene de metafísica, menos distante que pudiera creerse, ya de la concepción de Leibnitz, ya de la de Hegel, puesto que realmente esa materia parece viva y llena de almas, y su incesante ebullición como que se somete y disciplina a un proceso dialéctico.19 Por el empuje de su construcción, y por las rigurosas bases materialistas que sostienen su trama, me gustaría decir que el único texto del siglo XX mexi- cano que resiste y solicita una comparación con “Ante un cadáver”de Acuña es el “Canto a un dios mineral” del químico y también poeta Jorge Cuesta. Mostrar las significativas afinidades entre estos dos poemas es algo que por supuesto excede los límites del presente trabajo, por lo que me conformo con sugerir su proximidad. A riesgo de que se piense que hago demasiadas concesiones a la imaginación macabra del poeta estudiado, no me gustaría concluir este trabajo sin transcribir la cuarteta que escribiera Acuña sobre un cráneo que tenía en su buhardilla, y en el que, durante una velada con sus amigos, todos anotaron un pensamiento. El que anotó Acuña reza así: Inscripción en un cráneo Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombra nos provoca: ¿Cómo poderte descifrar, si es poca toda la luz del Sol para leerte? 19  Contrástese esta opinión con el dicterio de José Rojas Garcidueñas: “Una simple hojeada a sus poemas nos muestra la absoluta falta de solidez y bases firmes en sus ideas” (XXII).
  • 54. En cuanto a textos, EN NOMBRE DE ESE LAUREL contempla prácticamente toda la poesía escrita por Manuel Acuña de la que se tiene conocimiento. Incluye la primera edición recopilatoria de sus “Versos”, realizada por amigos a partir de publicaciones diversas, y los que añade José Luis Martínez en sucesivas apariciones de Obras: poesía y prosa (1949 y 2000). En la presente recopilación se excluyen, sin embargo, los poemas dedicados a su hermana Guadalupe (“A Lupe” y “A Lupita”), pues, tomando en cuenta las fechas y la calidad que muestran, suponemos que, o bien no pertenecían realmente a la obra del poeta (según José Farías Galindo, el primero fue dictado de memoria por su hermana Dolores), o no fueron escritos o acabados para su publicación (el otro, con inconsistencias verso a verso, fue supuestamente escrito después de “Ante un cadáver”). Por otra parte, la romanza “Lejos de ti”, del compositor Rafael Gálvez León, lleva una letra de Manuel Acuña (no incorporada hasta el momento en otras ediciones), y en este libro se encuentran tanto su partitura como la transcripción del texto literario. En El verdadero Manuel Acuña (1984), Pedro Caffarel Peralta se dio a la tarea de consignar las modificaciones (unas ínfimas, otras sustanciales) que sufrieron algunos poemas al aparecer en diarios, suplementos de la época e incluso en diversos manuscritos. Tales variantes han sido incorporadas en esta nueva edición, a manera EN NOMBRE DE ESE LAUREL PRESENTACIÓN
  • 55. de glosas, para facilitar una lectura completa, holográfica, de cada uno de esas obras, y al mismo tiempo una visión más precisa de las cuestiones de estructura, ritmo y contenido que preocupaban a su autor. El objetivo de esta recopilación es agrupar el material existente sobre Manuel Acuña, presentarlo de forma más organizada –más atractiva incluso– y ofrecer un conjunto de obra, crítica e iconografía para los lectores del siglo XXI. La primera diferencia importante, respecto a las recopilaciones anteriores, es su nueva organización. Se respeta e incluso se vuelve más explícito el orden cronológico usado en sus principales ediciones, pero, ante todo, se separa a los poemas en dos bloques temáticos: “De amor y biográficos”, en el primer tomo, y “Científicos, cívicos, filosóficos y humorísticos” en el segundo, con la intención de hacer mucho más visibles las múltiples facetas de su poesía. Podemos decir que esta edición de la obra de Manuel Acuña es como un anaglifo, una imagen alterada para verse en tercera dimensión a través de dos lentes de colores distintos, correspondientes, quizá huelga decirlo, a cada uno de estos tomos, con su organización y contenidos particulares. En cuanto a material crítico, esta edición incluye algunos textos publicados previamente y otros inéditos. Destacan los ensayos de
  • 56. Marco Antonio Campos y Evodio Escalante, que prologan cada tomo, además de artículos y materiales complementarios –dos poemas de Eduardo Lizalde, una traducción de Samuel Beckett, artículos diversos– que enriquecerán sin duda la lectura de su obra y el conocimiento de su fugaz y luminosa trayectoria vital. Contra lo que suele suponerse, la obra de Manuel Acuña es particularmente vasta en temas e interpretaciones. Tratamos de ofrecer una edición personalizada, con anotaciones al margen, y nos hubiera gustado incluir además fragmentos resaltados, y los signos de nuestra admiración al lado de un gran número de versos, mas tal exceso quizá hubiera arruinado esos hallazgos para los lectores futuros. Tenemos fe, y paciencia: aunque la leyenda ha extendido y deformado su interpretación, y aunque la métrica tradicional (o cierta formación declamatoria) vuelve engañosamente simple el acceso a ciertos textos literarios, cuyo fondo se oscurece tras el brillo de la forma, en los últimos quince años un acercamiento más atento y generoso de la crítica le ha concedido o regresado a Acuña algunas de esas hojas de laurel que obtuvo en vida. Por ello la presente edición, además de un homenaje para el autor coahuilense, es una ocasión nueva y oportuna para el encuentro entre la obra, sus críticos y sus lectores.
  • 57. DE AQUÍ SÓLO SALE INDIANA A LA SOCIEDAD FILOIÁTRICA EN SU INSTALACIÓN UNA LIMOSNA LA RAMERA EL HOMBRE LOS BEODOS EN LA APOTEOSIS DEL ACTOR MERCED MORALES OCAMPO UNO Y QUINIENTOS LA SOÑADORA A LAURO OBLACIÓN RASGO DE BUEN HUMOR EN EL TERCER ANIVERSARIO DE LA SOCIEDAD FILOIÁTRICA Y DE BENEFICENCIA 60 61 66 68 75 86 88 94 100 101 106 107 112 116 1864 1868 1869 1870 1871 OBRA POÉTICA, 2 POEMAS CIENTÍFICOS, CÍVICOS, FILOSÓFICOS Y HUMORÍSTICOS
  • 58. ¡SALVE! EL POETA MÁRTIR JUAN DÍAZ COVARRUBIAS SONETO (A MANUEL DOMÍNGUEZ) HIMNO ANTE UN CADÁVER ODA. ANTE EL CADÁVER DEL DOCTOR JOSÉ B. DE VILLAGRÁN AL RUISEÑOR MEXICANO AL CIELO A UN LIRIO INSCRIPCIÓN EN UN CRÁNEO A DIOS EN ALAS DEL PENSAMIENTO ESTROFA PARA ASUNCIÓN LA VIDA DEL CAMPO ODA. A LA MEMORIA DEL EMINENTE NATURALISTA, EL DOCTOR LEONARDO OLIVA SONETO NADA SOBRE NADA CINCO DE MAYO SONETO (A VICENTE FUENTES) 118 120 124 125 129 134 138 141 143 144 154 155 159 171 176 177 184 200 1873 1872
  • 59. ODA A LA LUNA EL REO DE MUERTE A JOSEFINA PÉREZ A LA EMINENTE ACTRIZ SALVADORA CAIRÓN ADIÓS A MÉXICO ROMANCERO DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA EL GIRO A LA PATRIA HIDALGO 15 DE SEPTIEMBRE LA MUJER EN LA BIBLIOTECA POPULAR EN ESTE CAMPO DO EL PLACER REPOSA A UN ARROYO LETRILLA TODO SE ACABA HISTORIA DE UN PENSAMIENTO DE ACUÑA 202 209 216 221 222 223 226 235 242 243 248 251 252 254 257 263 264 267 S/F
  • 60. 60 De aquí sólo sale indiana, de aquí sale manta y lona, de aquí sale la ladrona que se robó la manzana. ¿1864? De aquí sólo sale indiana…* *Según una anécdota recogida por Farías y por José Luis Martínez, esta es la primera composición, improvisada, que su familia le escuchó recitar a Manuel Acuña.
  • 61. 61 Sombras gigantes de Escipión y Ciro, de César y Alejandro, no os alcéis de la tumba a mis acentos; que si es verdad que vuestra gloria admiro, me espanta vuestra gloria resonando entre ayes de dolor y entre lamentos. Yo no canto a vosotros, cuyos lauros en la sangre crecidos respiran con el aire de la muerte; yo no canto a vosotros los temidos, los que formáis las leyes con la espada sin tener más derecho que el del fuerte. Vuestros nombres sublimes no hacen arder la sangre de mis venas; yo canto a Atenas enseñando a Roma, no canto a Roma conquistando a Atenas. Como el águila audaz que surca el viento en pos de espacio que bastante sea para dar a sus alas movimiento, lo mismo mi alma cuando hallar desea A la Sociedad Filoiátrica en su instalación 1868 ¿Hasta cuándo llegará el día en que se aprecie más al hombre que enseña que al hombre que mata? M. Ocampo
  • 62. 62 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L la luz de la poesía, no busca sus raudales en la noche sino en la aurora al despuntar el día; y al encontrar la llama indeficiente de la verdad sagrada, mi pecho entonces se electriza y siente, y de mi lira tosca y olvidada, brotan cantares que sonar quisieran desde el nuevo hasta el viejo continente. Era la sombra: entre su negro manto vegetaban los hombres, nutriéndose con penas y con llanto, sin otra ciencia que sufrir humildes del infortunio las amargas leyes, y sin otros señores que verdugos con el pomposo título de reyes. Esqueletos del cuerpo y esqueletos del alma, los seres como Dios, no eran entonces el Adán pensador del primer día, sino siervos que ató con mano airada a su carro triunfal la tiranía. Momias vivientes que al dejar el mundo para volver al hueco del osario, legaban a sus hijos en recuerdo la cicuta del Sócrates profundo [el yugo de los bueyes] [el pensador Adán del primer día,] [sino brutos, que iguales a los otros] [solamente el hablar los distinguía]
  • 63. 63 O B R A P O É T I C A y la sangre del Cristo del Calvario. Y así pasaron siglos y más siglos que de su inmensa huella en la distancia sólo dejaban sombras y vestiglos, vagando entre las nieblas de la noche sin fin de la ignorancia. Mas de pronto la luz del pensamiento iluminó vivífica y radiante de la santa Razón el firmamento, y Dios apareció, bello y gigante, haciendo despeñarse en el abismo al soplo de sus labios soberanos el sangriento puñal de los tiranos y la máscara vil del fanatismo. Entonces fue cuando la Europa vía, trémula y espantada, la mansión ignorada que la voz de Colón le predecía, y a Franklin elevándose al espacio de su genio atrevido tras la huella, para robar a la rojiza nube el fuego aterrador de la centella. Entonces fue cuando se alzó la ciencia disipando las sombras que huyeron en tropel a su presencia; y entonces cuando México miraba en la mansión maldita [brilló pura y radiante] [en la vasta extensión del firmamento] [el manchado puñal de los tiranos] [de su genio coloso tras la huella,]
  • 64. 64 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L del crimen y del miedo, en vez de la cadena y del levita la figura grandiosa de Escobedo. Y no tembléis al recordar la historia del lugar maldecido, donde el buitre feroz de la ignorancia ocultó sus polluelos y su nido; no tembléis a la tétrica memoria del calabozo inmundo repitiendo los últimos lamentos del mártir moribundo; ya está lavada de su impura mancha la guarida del crimen, que hasta la infamia misma desparece donde las huellas del saber se imprimen. En vez de los verdugos, y del hirviente plomo y el veneno, la Medicina que consuela y sana, y los hijos de Herófilo y Galeno. Sublime redención, misión sublime la del que sufre al consolar las penas, la del que llora y gime al enjugar las lágrimas ajenas; misión de caridad y bienandanza, empezada por Cristo en el calvario, que redime y que canta en su santuario [empezada por Cristo en el madero,] [y que lava y en ángeles convierte]
  • 65. 65 O B R A P O É T I C A los himnos del amor y la esperanza. Seguidla, pues, vosotros, que impasibles desafiáis a la muerte y los pesares; y si queréis que el mundo agradecido conserve vuestro nombre en la memoria, y que os levante altares, seguid vuestro sendero bendecido, que al fin de ese sendero está la gloria; y continuad sin dirigir la vista al espinado y escabroso suelo, y si ansiáis la conquista del lauro inmarcesible de la fama, elevad vuestros ojos hasta el cielo donde está quien os mira y quien os llama. Y no penséis en la escarpada roca, ni en la espina punzante que atraviesa la planta que la toca; no cejéis ni un instante en vuestra noble y celestial carrera, ¡Adelante…! ¡Adelante…! aún está muy distante la corona de rosas que os espera. [a la ramera vil y al bandolero.] [Seguidla, pues, vosotros, que contentos]
  • 66. 66 ¡Entrad!... en un aposento donde sólo se ven sombras, está una mujer muriendo entre insufribles congojas… Y a su cabecera tristes dos niñas bellas que lloran, y que entrelazan sus manos y que gimen y sollozan. Y la infeliz ya no mira ni tiene aliento en la boca, y cuando habla sólo dice con voz hueca y espantosa: “¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre! Por piedad, ¡una limosna!”. Y calla…y las niñas gimen… y calla… y el viento sopla… y llora… y nadie la escucha, ¡que nadie escucha al que llora! ¿Y la oís?… “¡Ay!, hijas mías vais por fin a quedar solas… solas… y sin una madre Una limosna A mi querido amigo Agustín F. Cuenca 1869
  • 67. 67 O B R A P O É T I C A que os alivie y que os socorra… solas… y sin un mendrugo que llevar a vuestra boca... Adiós…adiós… yo me muero… yo tengo hambre..., y la mísera espiraba ¡Una limosna!” entre angustias y congojas, mientras que las pobres niñas casi locas, casi locas la besaban y lloraban envueltas entre las sombras. Después… temblando de frío bajo sus rasgadas ropas, caminaban lentamente por la calle oscura y sola, exclamando con voz triste al divisar una forma; la una… … “¡Me muero de hambre!”, y la otra... … “¡Una limosna!”.
  • 68. 68 Humanidad pigmea, tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea; tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la altura te olvidas de que marchas sobre lodo; tú que diciendo hermano, escupes al gitano y al mendigo porque son un mendigo y un gitano: allí está esa mujer que gime y sufre con el dolor inmenso con que gimen los que cruzan sin fe por la existencia; ¡escúpela también…! ¡anda…! ¡no importa que tú hayas sido quien la hundió en el crimen, que tú hayas sido quien mató su creencia! ¡Pobre mujer, que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio, en lugar de una mano que la salve siente una mano que le impele al vicio; y que al fijar en su redor los ojos y a través de las sombras que la ocultan no encuentra más que seres que la miran y que burlando su dolor la insultan…! 1869 La ramera A mi querido amigo Manuel Roa
  • 69. 69 O B R A P O É T I C A Y antes era una flor... una azucena rica de galas y de esencias rica, llena de aromas y de encantos llena; era una flor hermosa que envidiaban las aves y las flores, y tan bella y tan pura, como es pura la nieve del armiño, como es pura la flor de los amores y como es puro el corazón del niño. Las brisas la brindaban con sus besos, y con sus tibias perlas el rocío; y el bosque con sus álamos espesos, y con su arena y sus corrientes el río; y amada por las sombras en la noche, y amada por la luz en la mañana, vegetaba magnífica y lozana tendiendo al aire su purpúreo broche; pero una vez el soplo del invierno en su furia maldita, pasó sobre ella y la arrancó sus hojas, pasó sobre ella y la dejó marchita; y al contemplar sin galas su cáliz antes de perfumes lleno, le arrebató implacable entre sus alas y fue a hundirla cadáver en el cieno.
  • 70. 70 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L ¡Filósofo mentido…! ¡apóstol miserable de una idea que tu cerebro vil no ha comprendido! Tú que la ves que gime y que solloza, y burlas su sollozo y su gemido…, ¿qué hiciste de aquel ángel que amoroso y sonriente formó de tu niñez el dulce encanto? ¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días, que lloraba contigo si llorabas y gozaba contigo si reías…? ¡Te acuerdas…! Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello, y arrojándole al hambre, sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo: ¡Le transformaste de ángel en ramera! ¡Maldito tú que pasas junto a las frescas rosas, y que sus galas sin piedad les quitas! ¡Maldito tú que sin piedad las hieres, y luego las insultas por marchitas! ¡Pobre mujer…! ¡Juguete miserable de su verdugo mismo…! Víctima condenada a vegetar sumida en un abismo
  • 71. 71 O B R A P O É T I C A más negro que el abismo de la nada y a no escuchar más eco en sus dolores, que el eco de la horrible carcajada con que el hombre le paga sus amores. ¡Pobre mujer, a la que el hombre niega el sublime derecho de llamar hijo a su hijo! Pobre mujer que de rubor se cubre ¡cuando le escucha que la grita madre! Y que quiere besarle, y se detiene, y que quiere besarle, y calla y gime, porque sabe que un beso de sus besos ¡se convierte en borrón donde lo imprime! Deja ya de llorar, pobre criatura, que si del mundo en la escabrosa senda caminas entre fango y amargura, sin encontrar un ser que te comprenda, en el cielo los ángeles te miran, te compadecen, te aman, y lloran con el llanto lastimero que tus ojos bellísimos derraman. ¡Y que te burle el hombre, y que se ría! ¡Y que te llame harapo y te desprecie! Déjale tú reír, y que te insulte,
  • 72. 72 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L que ya llegará el día en que la gota cristalina y pura se desprenda del lodo para elevarse nube hasta la altura. Y entonces en lugar de un anatema, en lugar de un desprecio, escucharás al Cristo del Calvario, que añadiendo tu pena a tus lágrimas tristes en abono, te dirá como ha tiempo a Magdalena: Levántate, mujer, yo te perdono. Tixtla, 1834 San Remo, 1893
  • 73. JUAN DÍAZ COVARRUBIAS Desde niño estuvo inmerso en el ambiente cultural, pues sus padres organizaban frecuen- temente veladas literarias. Al trasladarse a la Ciudad de México ingresó al Colegio de Letrán. En este periodo hizo amistad con Ignacio Manuel Altamirano y fue discípulo de Ignacio Ramírez. Al igual que Acuña, ingresó a la Escuela de Medicina, en cuyo internado habitó el cuarto número 13, el mismo donde vivió y murió el poeta saltillense. Lo atrajo la doctrina liberal y publicó su obra en periódicos afines. Al enterarse de la inminencia de un enfrentamiento entre libe- rales y conservadores en Ta- cubaya fue a ofrecer su apoyo como médico a los republica- nos. La batalla fue ganada por el bando conservador, cuyos soldados, frenéticos por la vic- toria, ejecutaron a los oficiales capturados pero también a los médicos y civiles que ahí se encontraban; Covarrubias y su amigo Manuel Mateos esta- ban entre ellos. Su muerte fue lamentada por varios autores, incluyendo a Manuel Acuña, quien le dedicó un poema en que lo llama “El poeta mártir”. Xalapa, 1837 Tacubaya, 1859
  • 74. Uno de los más renombrados escritores y docentes del siglo XIX, Altamirano nació en una familia chontal. Hasta los 14 años ignoraba el castellano. Hizo sus primeros estudios en el Instituto de Toluca gracias a una beca otorgada por Ignacio Ramírez, El Nigromante, y fue ascendiendo hasta lograr el tí- tulo de maestro, que llevó con dignidad hasta el fin. Desde su juventud tomó parte en la vida política del país, y combatió durante la Guerra de Refor- ma y la Intervención Francesa. Fundó varios periódicos y re- vistas. En su obra se advierte el amor por el paisaje, por la naturaleza, por las leyendas. También frecuentaba las vela- das literarias en casa de Rosa- rio de la Peña. Fue maestro de Manuel Acuña y apoyó algu- nas de las sociedades literarias en las que participaba, como la Sociedad Netzahualcóyotl. Fue él quien corrió a avisarle a Rosario del suicidio de Acuña, apenas hora y media después de que ocurriera. Murió en Ita- lia durante una misión diplo- mática. IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO Tixtla, 1834 San Remo, 1893
  • 75. 75 Allá va... como un átomo perdido que se alza, que se mece, que luce y que después desvanecido se pierde entre lo negro y desparece. Allá va… en su mirada quién sabe qué fulgura de profundo, de grande y de terrible…, allá va, sin destino y vagabundo, tocando con su frente lo invisible, con sus plantas el mundo… ¿De dónde vino…? Preguntadlo al caos que dio forma a los seres de su potente voz al “levantaos”; decídselo a la nada, que ella, tal vez, sabrá cuál fue la cuna de ese arcángel vestido con harapos a que llamamos hombre; que ella, tal vez, sabrá de dónde vino ese titán pigmeo tan grande y tan mezquino, ¿del lodo? puede ser; pero su frente El hombre 1869 Al señor don Ignacio M. Altamirano Homenaje …Où va l’homme sur la terre? V. Hugo
  • 76. 76 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L está demasiado alta para el lodo; ¿del cielo? puede ser; pero la tumba, donde concluye todo, no dista de sus plantas más que un paso, y si fuera del cielo, debería, ya que tiene un ocaso, tener también su oriente cada día. Aborto incomprensible de la nada que lo lanzó, destello de su abismo, esperad, esperad a que las sombras entre sus negros pliegues os cobijen, que allí tal vez, escrito entre esos pliegues encontraréis su origen…, esperad el momento en que se os abra negro y aterrador ante los ojos, ese libro de sangre donde labra la triste muerte en caracteres rojos de sus calladas víctimas el nombre, y allí veréis, acaso, la palabra que os ayude a saber quién es el hombre. Y entre tanto… allá va… Solo… en el mundo que tiembla con su peso de gusano y que al mirarle se estremece y duda; sobre la tierra inmensa que le siente su rey y le saluda,
  • 77. 77 O B R A P O É T I C A que le siente su dios y que le inciensa. Allá va… soberano cuya frente circunda por diadema el infinito, monarca cuyo trono omnipotente es el trono de mármol y granito tallado por los buitres en la roca; y que marcha, y que marcha dominado lo mismo en lo que ve y en lo que toca, desnudo y mendigando un pedazo de pan para su boca. Polluelo de ese cóndor de lo oscuro que se llama el misterio, y que sin alas y sin luz se lanza por el supremo espacio de la idea en pos de una esperanza... polluelo que adormido entre la noche sueña ver una estrella, y enamorado de ella, y atrevido, se escapa de su nido creyéndose capaz de ir hasta ella; quién sabe anoche en su delirio blando qué luz o qué ilusión distinguiría, en medio de esas nubes caprichosas que pueblan, al soñar, la fantasía; quién sabe lo que en su alma durante la embriaguez germinaría;
  • 78. 78 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L pero capullo que despierta rosa con los halagos de la brisa amante, él, creciendo de formas en el sueño, durmió pequeño y despertó gigante. Y “El Universo es mío” clamó al sentirse poderoso y fuerte, y agitando su cráneo en el vacío, sin escuchar la ruda carcajada que como eco a su voz daba la muerte. “¡Adelante —se dijo— ¡El mundo es poco para encerrar mi espíritu… hasta el cielo!” Y sin mirar si quiera por donde iba, se lanzó despeñado como un loco, con la mirada arriba… siempre arriba. Sonámbulo que duerme y deja el lecho al supremo mandato de yo no sé qué voz grande y divina que alzándose en su pecho le sorprende y le grita poderosa: “¡Levántate y camina…!” Pisando aquí una espina y una rosa, y más allá una rosa y una espina, el hombre con un cielo de esperanzas germinando en montón en su cerebro, sigue a tientas y a oscuras por la senda desde antes a sus pasos señalada,
  • 79. 79 O B R A P O É T I C A soñando… y en los ojos una venda que con sus pliegues lóbregos y espesos le impide que comprenda su marcha entre sepulcros y entre huesos. Y allá va… ¡pobre niño que aún suspira como en los dulces tiempos de la infancia! Mas dejadle seguir, y será hombre que haga nacer la vida del osario, el apóstol sin nombre, que Dios admire y que mortal asombre lo mismo en el Tabor que en el Calvario. Dejadle caminar, dejad que siga el vuelo de su genio por los mares, y mañana ese niño será el anciano pálido y fecundo, que, moderno criador, haga que brote del seno de las olas otro mundo. Allá va… con un tronco por apoyo y un jirón miserable por abrigo, valiente y ambicioso y soberano, bajo su mismo harapo de gitano y su corteza sucia de mendigo. ¿Qué busca? ni aun él sabe lo que busca en su loco devaneo… ni aun él acierta a definir ese algo
  • 80. 80 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L que le hace encontrar siempre su deseo; pero titán del sueño que en la sombra forja un espacio y a escalarlo sube, él, mientras pisa en el inmundo cieno, se duerme con el pie sobre una nube. Soñar… ésa es la vida, ése es el puente que entre la cuna y el sepulcro media, el papel miserable del viviente de la existencia vil en la comedia: soñar un cielo en que revueltos vagan hermosos y magníficos vapores, la esperanza, la dicha, la gloria y el placer y los amores. ¡Ondinas que se tienden por el aire al despuntar la vida, allá a lo lejos y que con ella crecen y con ella mueren entre los últimos reflejos! Y, hermoso cisne que en el limpio lago agitando las olas con su pluma, ve brotar de su juego al dulce halago mil copos blancos de rizada espuma, y arroja un canto dolorido y vago al mirarlos perderse entre la bruma; el hombre en su tristeza, al ver rodar sus blancas ilusiones,
  • 81. 81 O B R A P O É T I C A
  • 82. 82 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L sin colores, sin luz y sin belleza, de la noche que empieza por yo no sé qué lóbregas regiones; suspirando y en lágrimas deshecho ante la triste realidad que asoma, arranca un ¡ay! terrible de su pecho, y luego, al dar un paso, se desploma. Atleta del dolor, de nuevo emprende la lucha formidable con ese gladiador de las tinieblas que se llama el destino; y cantando y sonriendo para insultar la palpitante pena que le destroza el corazón mezquino, lanza un grito feroz y entra a la lucha… pero, vencido al fin, rueda en la arena que su alma es poca y su amargura es mucha. Y entonces… cuando hambriento de placeres soñándolos su presa, se mira débil y abatido y solo sobre el oscuro borde de la huesa, recuerda el Dios a quien por darle culto él se fingiera omnipotente y bueno; pero al sentir dentro del alma oculto del pesar y el dolor todo el veneno,
  • 83. 83 O B R A P O É T I C A en su miseria misma lo ve pequeño, pobre, y cogiendo del cieno en que se arrastra miserable reptil con su congoja, burlándose de su ídolo, a la frente como un supremo insulto se lo arroja. Después… el aire de la muerte zumba con su bramar inquieto, el átomo vacila, y…se derrumba… la tierra es una tumba… el hombre un esqueleto. Todo acabó... la noche de la nada confundiendo en sus pliegues todo eso grande que la mente forma y que en el cráneo encierra, sólo dejó al pasar, como en recuerdo, un pedazo de tierra… Y allí… ¿qué hay más allá…? ¿Qué encuentra el hombre tras ese velo negro que separa la luz de las tinieblas…? ¿Es en la tumba, acaso, donde toca, viéndola cara a cara, esa ilusión que en su carrera loca convertida en vapor se le escapara?
  • 84. 84 E N N O M B R E D E E S E L A U R E L ¿Es allí donde encuentra los perfumes y las notas dulcísimas y suaves, que no pudieron darle en sus encantos las flores ni las aves…? O luminoso punto que camina partiendo de la nada, por un círculo estrecho, y que termina su existencia mezquina allí donde ha empezado la jornada, ¿concluye en el sepulcro que sus despojos últimos recibe? ¿Es allí donde muere para siempre? ¿Es allí para siempre donde vive? ¡Quién sabe…! Nuestra mente no alcanza a descifrar esos arcanos escritos entre huesos y mortajas por yo no sé qué fétidos gusanos… Remueve y busca en el inmundo hueco donde ha visto rodar un ser inerme, y sin hallar a sus preguntas eco, sólo ve un cráneo seco que entre sus antros asquerosos duerme. Y entre tanto… allá va…, luz tenebrosa cuyo destino y cuyo ser esconde la impenetrable niebla del abismo…
  • 85. 85 O B R A P O É T I C A Allá va… tropezando y caminando, ¡Sin comprender adónde, sin comprenderse él mismo…!
  • 86. 86 Junto a una pulquería  cuyo título es “Los Godos”  disputaban dos beodos  la tarde de cierto día. Yo que pasaba por fuera  de la taberna predicha,  me detuve y por mi dicha  oí la disputa entera. —Oiga, amigo, no me abroche  tan horrenda tontería,  yo le digo que es de día.  —Pos yo digo que es de noche. —Pos yo el Sol es lo que miro  y no hay estrella ninguna.  —Pos yo digo que es la Luna  y muy grandota dialtiro. Es que asté ya se le escapa  toditito don Perfeuto  porque ya siente el efeuto  del maldecido Tlamapa. Los beodos (Cuadro de costumbres) 1869
  • 87. 87 O B R A P O É T I C A —¡Qué Tlamapa, ni qué nada!  A mí el pulque no me aprieta.  —Pos yo apuesto una peseta.  —Pos yo apuesto mi frezada. —¿Pos con quién nos arreglamos?  —Pos con cualesquiera, vale.  —Bueno, pero no me jale.  —Bueno, pus entonces vamos. Y entre diciendo y haciendo  este par de tercos beodos,  se salieron de “Los Godos”  casi, casi que cayendo. Y viendo pasar un coche  al cochero se acercaron,  y presto le preguntaron  si era de día o de noche. Pero el salvaje cochero  movió triste la cabeza  y respondió con torpeza:  Señores: ¡soy forastero!